Por
razones que no vienen al caso, en los últimos tiempos he llegado a
familiarizarme con las tablas de datos que organismos como el Centro de Investigaciones Sociológicas o el Instituto Nacional de Estadística publican
sobre las opiniones de la ciudadanía, los índices de precios al consumo y cosas
más prosaicas.
Una de esas tablas en la que se puede uno entretener un buen rato es esa en la que
se pide al encuestado que cite sus tres principales preocupaciones. Cuando ves
lo que le intranquilizaba a la gente en 1985 y cómo ha ido cambiando a lo largo
del tiempo, acabas descubriendo qué ocurrió cada año para que el terrorismo
alcanzara el pódium de las preocupaciones en septiembre de 2001 o marzo de 2004. Pero también te llevas sorpresas mayúsculas cuando reparas en que hubo
unos años en los que nadie mencionaba la corrupción y eran, ¡precisamente!, los
precisos instantes en los que funcionaban a todo tren las tramas más corruptas que ya han sido juzgadas y condenadas.
No
siempre nos damos cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor, ya sea porque
preferimos mirar hacia otro lado o porque nos entretienen con señuelos para que
evitemos preocuparnos de lo que nos afecta de verdad. Si uno intenta seguir la
información política puede llegar a la conclusión de que lo que se traen entre
manos y los temas que discuten no son los que quitan el sueño al común de los
mortales.
En
todos estos años el paro ha estado siempre a la cabeza y, sin embargo, no es un
asunto que aparezca de manera continuada en los argumentarios, salvo ese día de
cada mes en el que se anuncia la cifra y para la que todo el mundo tiene explicaciones. En cambio, surgen temas de discusión que jamás podríamos ni
sospechar. Solo así se entiende que hayamos vuelto a escuchar hablar del
peligro de la emigración en un país donde se sabe que necesitamos más gente
joven, o que se ponga sobre la mesa un asunto como el de facilitar armas a los “españoles de bien” para protegerse de una inseguridad que, como ya sabemos por
el ejemplo norteamericano, acaba en matanzas indiscriminadas en institutos de secundaria o centros comerciales.
En
los próximos meses me gustaría que me contaran las ideas que manejan desde la
política para que la gente tenga trabajos y sueldos justos, escuelas mejor
dotadas, hospitales sin tanta lista de espera, pueblos con niños por las
calles, ríos limpios, aires respirables, viviendas asequibles, transportes
públicos dignos, juzgados rápidos y eficaces, energías limpias, precios justos
para lo que producen nuestras agricultoras, fondos suficientes para seguir
investigando, pensiones sostenibles y barcos con los brazos abiertos para
salvar en el Mediterráneo a quienes se ahogan.
La
politiquilla y el politiqueo, los cálculos y los órdagos, la testosterona y el
tacticismo deben dejar paso a los compromisos serios y a las propuestas
factibles. En eso consiste ocuparse de lo que importa de verdad.
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