Hace mucho tiempo, cuando daba clases, les conté a mis alumnos que
en los ascensores de Estados Unidos todo el mundo se gira mirando hacia la
puerta, evitando que las miradas directas puedan propiciar una conversación.
Aquí, en cambio, tendemos a poner nuestras espaldas pegadas a la pared, dejando
un pequeño hueco en el centro y recurriendo, en algún caso, a un único tema de
conversación.
No les costó nada a mis estudiantes adivinar el asunto de ese intercambio
fugaz de opiniones, aunque tardaron un poco más en adivinar la razón de que
siempre sea el mismo. Sí, aquí hablamos del tiempo y lo hacemos porque es lo
común, lo que nos afecta a todos sin excepción, salvo que vivamos recluidos en
una cámara isotérmica.
En una de esas cámaras deben de vivir quienes siguen negando el
cambio climático, una patología que debería tratarse como la de los
terraplanistas. Cada día que pasa sin que se empiecen a tomar medidas drásticas
para detener (si es que todavía es posible) el cambio climático, es un día que
perdemos en la tarea de dejar el planeta en el que vivimos un poco mejor que
cuando llegamos a él.
En muchos lugares del mundo se celebra durante estos días la
semana de la movilidad, aunque en Extremadura haya ciudades que se mantengan
totalmente al margen de estas cosas, y en algunos empiezan a tomarse en serio
lo de dejar los vehículos privados y comenzar a caminar, pedalear y usar el
transporte público. La semana siguiente hay convocada una huelga mundial por el
clima y mientras llegan estas fechas la realidad nos ha dado un zarpazo en
forma de gota fría. Ya nos habían avisado que la virulencia de estos episodios
será cada vez mayor y que las aguas volverán a buscar su cauce natural aunque
hayamos urbanizado todo lo habido y por haber.
Si el tiempo nos afecta tanto a todo el mundo como para ser el
comodín más fácil de cualquier conversación, nos debería hacer pensar que el
cambio climático no se parará en frontera alguna cuando tenga que hacer de las
suyas. Desgraciadamente, son muchos y muy poderosos los que esperarán a tener
el agua al cuello para empezar a preocuparse, pero será demasiado tarde.
Muchas lenguas latinas tenemos una misma palabra para referirnos
al tiempo atmosférico y al que cuentan los relojes, mientras que las germánicas
usan raíces diferentes para cada concepto. Ayer tarde, mientras pasaban los
minutos que nos acercarán a unas nuevas elecciones, me preguntaba si en los
acuerdos de investidura o en los debates previos a ese 10 de noviembre escucharemos
algo sobre el tiempo, sobre el que hemos perdido por desidia durante estos
meses o sobre el que cambiará de tal manera, que los mares convertirán en
cuevas submarinas todas las viviendas de primera línea de playa que construimos
durante la última expansión inmobiliaria.
El 27 de septiembre deberíamos dar el primer paso contra el cambio
climático y esperemos que sea un paso firme.
Publicado en el diario HOY el 18 de septiembre de 2019
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