Erich Scheurmann publicó a principios del siglo XX las supuestas explicaciones
que el jefe de una tribu de Samoa dio a sus conciudadanos tras un viaje por
Europa, de donde regresó aterrado por la presencia de un dios inventado que nos
cambiaba la manera de ver las cosas y que se llamaba tiempo. Los papalagi, nombre que da a nuestros
antepasados europeos, habíamos dividido el espacio entre la salida y el ocaso
del sol, habíamos inventado aparatos para medirlo, los llevábamos en la muñeca
o en el bolsillo, y estábamos obsesionados con la falta de tiempo.
Los escritos de Scheurmann son una delicia llena de humor que te
hace reflexionar, especialmente en una semana en la que casi todo el mundo
reabre sus agendas y empieza a poner plazos y fechas límite a casi todo, donde
la amenaza de timbres o campanas son una
espada de Damocles sobre nuestras cabezas.
Quien anda con mucho apresuramiento, siempre tiene las de perder.
Es una de esas frases que nos aconsejan las maestras de la paciencia, las que saben
que en la cocina, en el arte, en la literatura o en lo más cotidiano las cosas
se rigen por aquello del vísteme despacio que tengo prisa.
Cualquiera que haya vivido un proceso de negociaciones y acuerdos,
sabe que jugar con los tiempos es la mejor de las bazas, que dilatar los
procesos puede exasperar a quien está enfrente cuando no hay fechas límite. En
cambio, cuando hay un día marcado en el calendario en el que se abre otro
escenario, quien no aprovecha cada segundo de tiempo es porque ya está pensando
en ese otro escenario.
Algo así parece estar ocurriendo con la formación de un nuevo
gobierno, para el que quedan menos de 20 días. Se tardó en comenzar a hablar,
se vetó al líder del posible socio, éste se quitó de en medio para que no pareciera
un escollo y, finalmente, estamos asistiendo a una puesta en escena para que en
la campaña del 10 de noviembre se pueda culpar al otro de no haber llegado a
ningún acuerdo.
Si las elecciones se repiten, se habrá demostrado que no hemos
aprendido nada. Habremos perdido mucho tiempo porque volveremos al 15 de
febrero, al día que se convocaron las elecciones del pasado 28 de abril. Y todo
por ser incapaces de cumplir con la Constitución y con el sentido común, por no
saber imitar la manera de resolver estos enredos en otros países del entorno y
desde hace décadas.
Cantaba Manolo García que nunca el tiempo es perdido, pero creo
que no se aplica a este caso. De lo que apenas oigo hablar es del dinero
perdido, de lo que nos costará repetir innecesariamente unos comicios cuya
cifra total, no solo la que sale de los Presupuestos Generales del Estado, no
se atreven a calcularla para que no nos escandalicemos. Ya han jugado con los
tiempos (unos más que otros) y sería bueno que no jugaran más con nuestro dinero.
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