Casi todo el mundo sabe que con el adverbio mal y el verbo vivir podemos
componer un una nueva palabra con un significado transparente. En cambio, poca
gente sabe que bienvivir está en el
diccionario más académico y que no se usa tanto como la anterior. Si juntáramos
a un estadístico con una filóloga llegarían a la conclusión de que el primero
de los verbos ha cuajado más que el segundo porque la cruda realidad nos ha llevado
a un mundo en el que son mayoría los que malviven frente a los que bienviven.
El verano nos ha traído muchas reflexiones sobre la vida, sobre el valor de
la misma en un lugar u otro, sobre lo que un ser humano es capaz de hacer para
salvar la propia y, desgraciadamente,
sobre lo poco que le importa a personas desprovistas de humanidad que haya gente
que muera pudiendo evitarlo con relativa facilidad.
Con el verbo morir, que muchos se niegan a pronunciar como si eso fuera un salvoconducto
para no tener que conjugarlo jamás, ocurren cosas curiosas: mientras la
expresión “de mala muerte” se puede aplicar a la habitación de un hotel
desastroso o a las precarias condiciones de un trabajo, pocos habrán escuchado
“de buena muerte”.
Y mientras andábamos entre tantas cavilaciones sobre oxímoron y paradojas,
el pasado 13 de agosto leí en la sección de cartas a la directora de este
periódico una columna entera y firmada por Ana Muñoz Tirado. Manejando las
palabras con maestría, Ana nos volvía a sacar a la palestra una de esas situaciones
que suscitan controversia cuando se ven en la distancia y con las ideas
encorsetadas por las creencias, y que cambian a medida que la realidad te las
acerca y te las hace protagonizar en primera o segunda persona.
La carta reclamaba el derecho a
tener una muerte digna y a que exista una legislación y regulación que permita,
a quien así lo desee y lo manifieste en pleno uso de su facultades, poner fin a
la vida propia cuando ya no hay salida y solo quedan sufrimientos y
padecimientos. La clase política ha sido incapaz de dar solución a un asunto
que no puede estar legislado con renglones confesionalmente marcados. Es
urgente cambiar las normas para que morir bien sea posible, sea legal, tenga
todas las garantías y se respete la voluntad de cada persona.
Pero hay políticos y gentes que no
quieren, que dicen anteponer la vida a todo lo demás, aunque todo depende del
sujeto de esa vida y del complemento circunstancial de lugar de nacimiento.
Porque los mismos que impiden la regulación de la muerte digna son, en muchísimas
ocasiones, los mismos que están impidiendo salvar vidas en el Mediterráneo y
que se niegan a llevarlas a un puerto seguro. Así es: no quieren salvar a
quienes desean y pueden vivir, ni dejan descansar en paz a quienes solo ansían
dejar de padecer y acortar la agonía. El
mundo al revés.
Publicado en el diario HOY el 21 de agosto de 2019.
P.S.
Me impresionó la carta de Ana y más impresionado me quedé el día 14 cuando me enteré del fallecimiento de su madre, una profesora, compañera y persona ejemplar. Y prometí que escribiría sobre esto porque es muy triste tener que estar así todavía, sin marco normativo para que se respete el derecho a morir con dignidad, a morir bien, a que no nos den un final de mala muerte porque legalmente no queda más remedio.
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