Este año han
llegado a la Universidad los que nacieron en el siglo XXI. Estamos a punto de
consumir las dos primeras décadas del milenio y ha sido difícil, por no decir
imposible, encontrar un nombre unánime
para mencionarlas. No sé si quienes se sientan hoy en las Facultades nombrarán
los tiempos de su adolescencia como los años de la decena o de los años
décimos, como la lotería. O quizá escriban sobre su tierna infancia y hablen de
los años cero-cero, como algunas cervezas.
Adjetivar estos
20 años del segundo milenio tampoco será coser y cantar. Se pone uno a pensar
en los felices años 20 del siglo XX, aquellos del charlestón y las vanguardias
artísticas, y uno creería que aquello fue un paraíso. Pero basta repasar los
libros de texto para recordar que fueron años en los que surgió el fascismo en
Italia, en los que Salazar ya era ministro en Portugal y que acabaron con un crack en octubre de 1929.
La década de
los 30 no hizo más que empeorar las cosas y, en 1933, un tal Adolf se hacía con
el poder en Alemania. Cuando en septiembre de 1939 comenzaba el mayor genocidio
y la mayor guerra de destrucción jamás conocida, muchos comenzaron a
preguntarse cómo se había llegado hasta ese punto, por dónde había crecido
tanta mala hierba y de qué manera se había alimentado al monstruo devorador.
Dentro de un
mes estaremos comprando uvas y escribiendo cartas para recibir regalos, entre
los que debería haber un libro de historia escrito con todo el rigor
científico. Y es que nos urge releer los años 20 del siglo pasado para establecer
algún paralelismo sensato y para reflexionar sobre el resurgir de
planteamientos que creíamos desterrados de la faz de la tierra.
En manos de
quienes ya nacieron en este siglo (y se están preparando como nunca) reside la
esperanza de una década menos ajetreada que las dos primeras, las que empezaron
con un ataque a las torres gemelas, siguieron con otra gran guerra criminal en
Oriente Medio y culmina con un club de fantoches dirigiendo superpotencias y derribando
los derechos luchados por varias generaciones.
Trump,
Bolsonaro o Boris Johnson no deberían aparecer en los índices de los libros de
historia sino, como mucho, reseñados en los márgenes como meras anécdotas.
Conviene, mientras tanto, no vociferar sus ocurrencias ni darles más
protagonismo del debido porque es lo que están deseando. Pero sería también un
craso error ignorar que están ahí y qué es lo que pretenden. Para que los
nuevos años 20 sean felices para todo el mundo habrá que evitar el cambio
climático, eliminar la pobreza, acabar con las guerras y las violencias,
propiciar amplios entendimientos mundiales y poner a los seres humanos como
prioridad. Salir a la calle, como anteayer hicieron las mujeres en defensa de
sus vidas, es algo que habrá repetir más a menudo y por motivos muy diferentes.
Publicado en el diario HOY el 27 de noviembre de 2019
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