13 noviembre, 2019

Alforjas y viajes


Antes de comentar nada sobre las elecciones del domingo, se me ocurrió releer lo que había publicado tras las del pasado 28 de abril. Entonces describí una jornada en un colegio electoral y unos resultados en los que había trasiego de votos dentro de los dos partidos de izquierda y muchos más entre los de derecha, pero sin grandes desequilibrios en el cómputo global de los dos grandes ejes. 

Desde ayer a mediodía no hago más que escuchar diversas versiones de un conocido proverbio protagonizado por viajes y alforjas. Parece ser que todo apunta a que el final del proceso de formación de gobierno, aquel que se inició en pleno verano con vetos personales, petición de ministerios y miedos nocturnos, podría acabar sin impedimentos ad hominem, sin reparos en el reparto de carteras y durmiendo a pierna suelta todas las noches.

No sabemos cómo acabará todo esto, así que conviene no alegrarnos de desbloqueos. La cuestión es que si todo esto se hubiera hablado el 23 de julio en un receso, nos habríamos ahorrado cuatro meses de gobierno en funciones y un centenar de millones de euros, que es lo que acaba costando un nuevo proceso electoral que ha dado diferente distribución de colorines pero casi idénticas posibilidades de gobierno que las que existían antes del verano.

Elucubrar por qué ha ocurrido todo esto es una tarea para quienes gustan de intrigas palaciegas. Es probable que alguien le aconsejara a Pedro Sánchez para forzar una repetición de elecciones, con la esperanza de llevarse todo el mercado de la izquierda y dejando a Unidas Podemos con los mismos escaños que la IU de los tiempos de Anguita. Pero el resultado no ha sido el esperado por los estrategas de Moncloa, porque el trasvase de votos de la derecha le ha dejado sin la muleta más centrada, la de Ciudadanos, y ha propiciado que la ultraderecha duplicase sus votos con un discurso ultranacionalista y con tintes de machismo, homofobia, misoginia, y buenas dosis de xenofobia.

No sabemos si el preacuerdo, los abrazos y las firmas de ayer acabarán en una foto plural en las escaleras del Palacio de la Moncloa. Sería extraño que tres meses de enormes dificultades y desencuentros se disolvieran en veinticuatro horas y no re aparecieran antes de la sesión de investidura de diciembre. O quizá la clave de este cambio se deba a que no hay nada como ver las orejas al lobo para que se le quiten a uno los remilgos y las tonterías. La vergüenza de tener que desdecirse del discurso que forzó la repetición electoral es mucho menor que el miedo a un nuevo bloqueo que acabara con los primos de Le Pen, Trump y Orban dictando leyes para salvaguardar la cultura torera, eliminar algunos derechos conseguidos y muchas de las libertades logradas en las últimas décadas.

No, para este viaje no hacían falta alforjas. Pero no busquen culpables y solucionen los problemas de la gente más débil y más necesitada, que para eso hemos votado.

Publicado en HOY el 13 de noviembre de 2019


 
 
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