22 enero, 2020

Enseñar a quien no sabe



A veces me vienen a la memoria cosas que tuve que aprender en el colegio, como las obras de misericordia del catecismo, aquellas que empezaban con enseñar al que no sabe y dar buen consejo a quien lo necesita. En una semana como esta, en la que todo el mundo se ha doctorado en Pedagogía, tal vez habría que explicar un par de conceptos y dar por zanjados debates estúpidos que solo pretenden que nos olvidemos de lo importante.


Las escuelas infantiles, colegios e institutos son los lugares destinados específicamente para aprender, aunque no sean los únicos. Allí hay que enseñar de todo lo necesario para la vida y eso significa que no solo ha de haber contenidos de todas las materias, sino que también hay que trasmitir muchas cosas más, teóricas y prácticas, sencillas y complejas, fundamentales o lúdicas. Los centros, además de formar académicamente a cada persona, son también responsables de socializar a las personas desde que nacen hasta que alcanzan la mayoría de edad, en un proceso en el que es tan importante saber sumar como conocer la fotosíntesis o aprender otras lenguas. 


Si el aprendizaje se circunscribiera a contenidos cuantificables podríamos sustituir al profesorado por robots que lo sabrían todo, que no se cansarían jamás, que no tendrían reivindicaciones laborales y que calificarían milimétricamente al alumnado. Pero necesitamos un componente humano y empático que enseñe también a atarse los cordones, a escuchar cuando hablan otros, a pedir la palabra, a respetar a quienes no son como nosotros, a sentir empatía por quienes sufren, a mostrar solidaridad, a querer ser libres y a permitir que los demás también lo sean.


Durante algún tiempo acudí a institutos a hablar de Derechos Humanos, a explicar una Declaración Universal que debería ser respetada en todo el mundo y que no se cumple en casi ningún lugar. Lo hice gobernando Felipe González y Aznar, pero se ha seguido haciendo con Zapatero o Rajoy como presidentes. Las actividades, entonces y ahora, habían sido aprobadas en un Consejo Escolar en el que madres y padres tienen representación. 


¿Pueden unos padres decidir que sus hijos no aprendan algo que ellos no quieren? Pues quizá no, porque hay cosas necesarias para la sociedad que no podemos dejar en manos de los delirios xenófobos, homófobos o terraplanistas de los progenitores. Un chaval puede ignorar las declinaciones latinas pero no puede creer que la violencia de género no existe, que los rumanos y magrebíes son inferiores o que puede acosar y vejar a los adolescentes del pupitre de al lado porque parecen homosexuales. Y sí, yo quiero que todo el mundo se instruya en el respeto hacia los demás, porque las víctimas de la ignorancia podrían ser mis hijos o los tuyos.


Del millón de mejoras que se me ocurren para las escuelas e institutos de este país, lo ultimo que necesitábamos era esta apología de la barbarie disfrazada de moralidad. No hablemos más y enseñemos al que no sabe. Por misericordia.

Publicado en el diario HOY el 22 de enero de 2020



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