Hace años que leí un libro de Owen Jones en el que contaba la
manera en que los medios británicos ridiculizaban a las capas más
desfavorecidas de la sociedad y las hacían culpables de sus propios males. No
ha sido la presencia del Reino Unido en todos los noticieros recientes lo que
me ha traído este libro a la memoria, sino algunas noticias y declaraciones que atribuían la causa de los cortes de luz en los barrios más desfavorecidos de Badajoz al cultivo de ciertas plantas o a los enganches ilegales de algún
vecino.
Desconozco cuál es el exceso de
kilovatios que se produce dando luz y calor a hierbas alucinógenas y entiendo
que es grave (y también muy peligroso) realizar enganches a la luz de manera
ilegal y fraudulenta. Pero me preocupó que la todopoderosa empresa eléctrica y
el alcalde accidental apuntaran rápidamente con el dedo a los causantes del
desaguisado y no se preocuparan casi nada de las víctimas.
De ellas sí nos habló Natalia Reigadas en las páginas de este periódico y me estremeció el testimonio de esa hija que a
las siete de la tarde les preparaba la cena a unos padres muy mayores, que ya
no están en condiciones para andar a tientas en la oscuridad cada dos por tres.
Por no hablar del vecino que necesita una máquina para respirar y que
llamó a la policía angustiado por tanto corte de luz.
De la pobreza energética no nos hablan
casi nunca y no siempre nos cuentan todo. Esa pobreza no solo provoca frío en
las noches de invierno sino también muerte y destrucción. En nuestros barrios y
pueblos más humildes son inviables e inasequibles métodos más limpios y
eficientes de caldear las habitaciones y se siguen utilizando braseros
peligrosos que, a veces, acaban en intoxicaciones
e incendios.
La semana pasada visitó la mayor ciudad de Extremadura un relator de Naciones Unidas preocupado por los niveles de
pobreza de la ciudad y no sé qué impresión se habrá llevado tras visitar Santa
Engracia o Los Colorines. Nada nos sorprenderá lo que escriba un relator
australiano porque es muy posible que coincida con el informe Foessa de una
institución tan poco sospechosa como Cáritas, que en el pasado mes de octubre
apuntaba la escalofriante cifra de un 23 % de la población en riesgo de
exclusión.
Mientras se encuentran soluciones a
largo plazo para este drama que afecta a casi un cuarto de la población,
convendría no generalizar y culpar a la ligera a quienes habitan los barrios
más desfavorecidos, porque la inmensa mayoría no son ni traficantes ni
ladrones, son gente humilde y que merece un trato digno y una presunción de
inocencia. No sé si fue a Owen Jones a quien le escuché hablar de “culpables
por defecto”, de gente a la que su origen les tiene colgado un sambenito y que tienen
marcada de antemano una casilla fatídica e injusta, la que les hace
responsables de todo aquello que sufren.
Publicado en HOY el 5 de febrero de 2020
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