La palabra currículum, que se recomienda escribir con tilde si va
sola y quitársela si va acompañada de vitae, es la relación de los
títulos, honores, cargos, trabajos realizados, y datos biográficos que
califican a una persona. En cambio, se conoce por currículo a la
regulación de los elementos que determinan los procesos de enseñanza y
aprendizaje para cada una de las enseñanzas y etapas educativas.
Quienes
están al margen de lo que ocurre en colegios e institutos solo
conocerán la primera acepción, la de ese escrito en el que se cuenta qué
has estudiado y dónde has trabajado. Les sonará a chino lo de
extracurricular, adaptación curricular y hasta el currículo oculto, que
es como llaman ahora a todas esas cosas que se enseñan y se aprenden en
las aulas pero que no se recogen de manera explícita en la voluminosa
documentación que tienen que manejar los enseñantes de hoy en día.
Pero
no voy a hablarles de ese currículo oculto, que merecería un capítulo
aparte, sino del curriculum vitae de una ministra, que ha sido acusada por algún medio de no haber mencionado en él sus tareas como empleada de una tienda de electrodomésticos. Cuando me enteré de la polémica esbocé
una sonrisa por este giro copernicano de la investigación periodística,
más ocupada ahora en descubrir lo que ha desaparecido de un CV que de
lo que se ha engrandecido en otros muchos, incluyendo másteres no realizados y poderosas proezas, como la de acabar media carrera en un cuatrimestre.
El asunto se quedaría en anécdota si no fuera porque
muchos expertos sí recomiendan redactar un currículum específico para
cada solicitud, despojando de aquello que sea menos relevante para las
características del puesto que se pretende desempeñar. Pero la anécdota
se convierte en algo más serio porque nos recuerda lo que miles de
jóvenes han tenido que hacer a lo largo de su vida: no mencionar todos
los títulos o habilidades para así poder conseguir un trabajo
cualquiera.
Que la ministra de Igualdad no haya escrito nada de
sus meses como dependienta de una tienda no es ningún delito y quizá
haya sido una tontería no ponerlo, porque no es una deshonra (ningún
trabajo lo es) y siempre será una experiencia de la que aprender.
Pero
el drama del currículum oculto es otro: es el de la licenciada o
graduada que no cuenta que ha estudiado Humanidades o Psicología para
que le den un contrato de tres meses en una tienda de ropa baratísima, o
el del ingeniero que no menciona que lo es para poder seguir montando
sencillos cuadros eléctricos aunque sea por el salario mínimo.
Una
experta en recursos humanos me dijo que muchas empresas rehúyen de
candidatos con más formación de la necesaria porque creen que acabarán
frustrándose y dejando el trabajo a la primera oportunidad. La realidad
es que seguimos formando a personas jóvenes que es muy probable que
acaben suplicando un trabajo para el que están sobradamente preparadas.
¿Tocará emigrar de nuevo?
Publicado en el diario HOY el 26 de febrero de 2020
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