Entre
sembrar el pánico por la aparición de una nueva cepa de virus y quitarle toda
importancia imagino que hay un término medio, un aconsejable punto de sensatez,
imprescindible ante cualquier emergencia, y que consiste en no perder la calma,
hacer caso a las indicaciones de las autoridades responsables y no crear más
problemas de los ya existentes. Recuerdo que esa era también la primera medida
que había que tomar ante cualquier accidente de tráfico: aunque el test te sugiriera
respuestas plausibles como sacar a las víctimas de los vehículos o reanimarlas,
la contestación correcta siempre era la de señalizar todo para evitar más accidentes
y males mayores.
El
tiempo dirá si nos estamos protegiendo en exceso o si todas y cada una de las
medidas y prohibiciones eran necesarias. Mientras tanto, tenemos a medio mundo
hablando de un virus con forma de corona y al otro medio sumido en situaciones
ignoradas, como la que ha afectado a los 6000 niños muertos por sarampión en la República Democrática del Congo. Nada es importante salvo que pueda afectar al
llamado primer mundo. Quizá por eso los medios llevan semanas convirtiendo cada
información en un programa radiofónico de tarde dominical, contando el número
de posibles contagios, casos confirmados y víctimas mortales como si fueran el
minuto de juego y resultado de una jornada de liga.
No
hay tiempo ni sosiego para caer en la cuenta de que en 2019 murieron en España 6.300 personas por la gripe, en tanto que el coronavirus apenas ha pasado de 4000 en todo el mundo y de 35 en España. Podríamos deducir que quizá no estemos
ni ante el peor virus ni la peor enfermedad conocida de los últimos años sino ante
la que más nos ha ocupado y preocupado, hasta el punto de que hemos vuelto a
ver en la vieja Europa a gente acaparando víveres en los supermercados como si
la penúltima distopía de Black Mirror estuviera llamando a la puerta.
Mientras
se mantienen todas las cautelas ante un virus del que se conoce todavía poco, lo
que sí parece claro es que hay virus más peligrosos en la faz de la tierra, que
llevan tiempo expandiéndose y que están produciendo tantas víctimas que no sabemos
ni contarlas: Grecia lleva semanas gaseando a refugiados sirios con el aplauso
de la Unión Europea, que vitorea con orgullo a sus centinelas de las fronteras
exteriores; la xenofobia y el racismo alcanzan cotas que este continente no
veía desde hace 80 años; las mascarillas desaparecen de los hospitales y el
código ético más generalizado se resume en tres palabras que cantaron los de
Vetusta Morla: sálvese quien pueda.
Tarde
o temprano habrá vacuna para el COVID-19 y en el primer mundo respiraremos más
tranquilos. Para el virus más peligroso del planeta, el que propaga desprecio y
odio a los que son diferentes y más pobres, no hay multinacional farmacéutica
que esté investigando. Es lo que pasa cuando las víctimas no tienen ni un
céntimo.
Publicado en el diario HOY el 11 de marzo de 2020
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