La
música, la radio, la lectura, el cine y la inabarcable producción mundial de
series van haciendo pasar los días confinados de una manera medio saludable
para nuestras mentes. Desde que nos tocó encerrarnos en casa para intentar
salvar nuestras vidas, las de nuestros mayores y las de todos los seres humanos
del planeta, nos vienen a la cabeza versos sueltos que no sabemos quién
escribió y estrofas de canciones que teníamos olvidadas.
Ayer,
tras once días de confinamiento, se me anidó una canción de Silvio Rodríguez
que habla de lo común, de lo de todos los días. Lo cotidiano se puede convertir
en una pesada losa salvo que sepas sacarle jugo a los libros que pueblan los
estantes, a esa serie danesa que te recomendaron, a ordenar las fotografías de
los últimos tres años o a reciclar todo aquello que no volveremos a usar.
No
sé si todo esto nos servirá para darnos cuenta de en qué consiste lo común.
Creíamos que el mundo estaba bien organizado, sobre todo si teníamos una buena
parcela que disfrutar, con cancela automática, vallado en todo el recinto,
cámaras de control de intrusos y protección durante las 24 horas desde una de
esas empresas de seguridad que llenan
de publicidad las radios y que juegan con el miedo, la palabra abstracta más
difícil de definir.
La parcela nos alejaba de la
miseria, de lo que no queríamos ver, de los sufrimientos que siempre eran
ajenos porque nos había tocado en suerte la cara A de la opulencia. Y un día
nos llega por el aire un virus que no distingue, en principio, los pulmones de
La Moraleja o de Usera, de Pedralbes o de La Mina, de Las Vaguadas o de Aldea
Moret. Es entonces cuando nos damos cuenta de que lo común era importante y que
aquí no valen cotos privados, zonas vips o clases preferentes para estar a
salvo, aunque el confinamiento es bien diferente si tienes un empleo estable y que
te permite teletrabajar, o si te toca cargar con incertidumbres laborales y
económicas para añadir a las que ya tenemos.
Quizá estemos haciendo
demasiados planes para cuando pase la tormenta, pero también es la mejor
terapia para no caer en el pesimismo, en la ansiedad, en el insomnio o la
depresión. No me cabe duda de que tendremos que repensar muchas cosas cuando
salgamos de esta y que otros retos, como la eliminación de la pobreza o la
preservación del planeta ante el cambio climático, los tendremos que
universalizar sin excepciones, sin fronteras geográficas y sin clasismos
excluyentes.
Así que nadie no nos va a
quitar la ilusión de luchar por lo común, por lo de todos los días, por
descalzarse en la puerta, por la mano amiga, por la sorpresa casi cotidiana del
atardecer, por el mantel de la mesa, por el café de ayer, por los pequeños terribles
encantos que tiene el hogar. No he sido nada original, todo este párrafo ya nos lo cantó Silvio hace 42 años.
Publicado en el diario HOY el 25 de marzo de 2020
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