Cuando tuve que estudiar metodologías didácticas para la enseñanza
de idiomas me quedé prendado con algunos artículos de una profesora de español
de la escuela oficial de idiomas de Barcelona. Lourdes Miquel hablaba de lo importante
que es el componente cultural en la clases de lengua, porque muchos de los
contenidos necesarios para comprender lo que se dice es entender el contexto y
un sinfín de elementos culturales y sociales que tenemos interiorizados.
Da igual que tengas que aprender checo, swahili o portugués, será
imprescindible conocer sus rituales, sus convenciones sociales y las costumbres
de la vida diaria. Incluso los gestos que creemos más universales pueden
conducirnos al error, porque en Bulgaria asienten o niegan con distintos movimientos
de cabeza que nosotros.
Releyendo otras páginas relacionadas con este tema, me encontré
con unas cuantas dedicadas al comportamiento proxémico, un palabro que refiere
a un asunto que vuelve a estar de actualidad en estos tiempos en los que el
espacio vital es un artículo de primera necesidad. Los japoneses ya estaban acostumbrados
a saludar inclinando medio cuerpo y a cuatro metros de distancia, pero para los
pueblos que se bañan en el Mediterráneo, donde era costumbre hablarse a un
palmo de la cara y con muchos decibelios, la nueva normalidad y eso del
distanciamiento va a costar un poco más de lo que se pensaba.
Establecer qué cultura o qué modo de vida es mejor o peor es un
ejercicio que no va a ninguna parte. Lo importante no está en escudriñar si es preferible
la hospitalidad de los árabes o el respeto al medio ambiente de los nórdicos o
ese hablar silencioso que tienen los vecinos portugueses. Lo que nos enriquece
es mantener los ojos abiertos y las orejas desplegadas para apreciar y
deleitarnos con las diferencias de los demás, las de quienes regalan flores en número impar cuando pretenden enamorar o en número par cuando dan el pésame,
las de quienes se dan dos besos en cada presentación o las de quienes se dan la
mano y poco más.
Pero estos tiempos nuevos también nos deberían servir para
desterrar algunos usos y costumbres que no habría que dejar pasar con el salvoconducto
de que forman parte de nuestra cultura. Ayer me enviaba una amiga unas fotos de
la ciudad en la que vivo con restos de comportamientos incívicos, por no hablar
de las mascarillas que uno se va encontrando tiradas por las calles en
cualquier paseo. Eso no forma parte ni de nuestra cultura ni de nuestra manera
de ser sino que son un lastre que tenemos que soportar desde hace tiempo. Quien
no cuida lo que es común y de todos con más cariño y esmero que si fuera
propio, es porque carece del mínimo de civismo necesario.
No sé si el optimismo es también un componente más propio de unas
culturas que de otras. Algunos tenemos la esperanza de que lo vivido y lo
sufrido nos haga ser más cuidadosos con todo y con todos los que nos rodean Y
me encantaría que lo asumiéramos de tal manera, que pasase a formar parte de
nuestra cultura. No pido demasiado.
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