Al llegar el mes de diciembre hay mucha gente mayor que se acerca a las oficinas bancarias preguntando si tienen almanaques publicitarios con los números bien grandes. Una chica joven que estaba haciendo las prácticas en una de esas oficinas desconocía la palabra almanaque y preguntó a sus compañeras qué es lo que pedían los viejecinos. Sí, tal vez se nos esté perdiendo esa bella palabra de origen árabe y es el calendario el que se quedará reinando en solitario.
Diciembre es el mes con más días de color rojo y a ellos hay que sumar otras celebraciones que se marcan en negro. El jueves fue el día de los derechos humanos y pasado mañana el de las personas migrantes. Emigrar e inmigrar, emigrantes e inmigrantes, palabras que cuesta explicar a los más pequeños y que resumen la historia de la humanidad. Salvo que se sea un memo integral, de esos que se creen nietos directos de Don Pelayo, Indíbil o Mandonio, todos descendemos de alguien que dejó su tierra natal porque no le quedó más remedio para sobrevivir, porque huía del hambre, porque era víctima de persecuciones injustas o, simplemente, porque tenía un futuro prometedor más allá de las fronteras.
Se están
poniendo difíciles las fronteras para quienes nada tienen. En la pared de una
oficina de extranjería dejó una pintada alguien que renegaba de los humanos
para solicitar pasaporte de pájaro, como el que tienen las grullas que cada invierno
vienen a Extremadura y a las que no les pedimos partida de nacimiento. La
memoria es frágil y ya no recordamos a nuestros antepasados con la maleta, sin
papeles y camino de Alemania, de las Américas o de las zonas más industriales
de la península. Cuando no se tiene memoria, se puede caer en la cruel
tentación de ver como peligrosos enemigos a los que hacen lo mismito que haríamos
nosotros si estuviéramos en su piel.
Antes de que se pusiera de moda la palabra empatía, ya sabíamos lo que era ponerse en el lugar del otro o amar al prójimo como a uno mismo, que es como lo enseñaban en el catecismo. Mientras un virus diezma nuestra población e inunda todos los informativos, nuestros semejantes de otras tierras sufren la incomprensión de quienes colocan el color del pasaporte por encima de cualquier otra condición.
Por si todo esto fuera poco, las organizaciones humanitarias nos avisan del desborde burocrático y asistencial que se padece en muchos países del sur de Europa, donde los papeleos se convierten en interminables y la espada de Damócles de una situación de irregularidad administrativa pende encima de cada una de estas personas, que se han jugado la vida en el mar porque tampoco la tenían más segura quedándose en tierra.
Todavía nos queda medio mes del año más fatídico que recordamos la inmensa mayoría de la gente. Mientras esperamos con impaciencia arrancar esa última hoja de los almanaques y calendarios de 2020, nuestros deseos de felicidad deberían tener presentes también a las personas migrantes. Son el espejo de lo que fuimos y mañana podríamos volver ser una de ellas, tengámoslo muy en cuenta.
Publicado en el diario HOY el 16 de diciembre de 2020
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