En dos días hemos oído hablar del precio de la luz más que en las últimas
décadas y, desde ayer, casi todos tenemos un imán en la nevera sujetando un
papel que nos indica a qué hora merece la pena poner en marcha el lavavajillas o
cuándo es prohibitivo enchufar la secadora o el aire acondicionado.
No sé si esta medida de discriminar horarios servirá para que hagamos un uso más eficiente de la energía, para que nos pensemos dos veces si poner en marcha la lavadora con media carga o para ir apagando bombillas innecesarias. Imagino que con el nuevo sistema habrá quienes puedan permitirse el lujo de no mirar el reloj, porque la factura mensual no les supone perder ni un minuto de sueño, ni les preocupa que una ola de frío les haga pagar cien o doscientos euros de más en el siguiente recibo.
Bien diferente es el caso de otros muchos hogares, aquellos que durante los años de dura crisis nos hicieron descubrir que existía una pobreza apellidada energética, la que sufren quienes no ingresan lo suficiente para calentar sus hogares en el invierno y tienen que seguir usando esos braseros de picón, esos braseros que tantas vidas se llevan por delante entre incendios e intoxicaciones de monóxido de carbono en pleno siglo XXI.
Mientras los periódicos distribuían gráficos explicativos de las franjas horarias, nos enteramos de que la principal compañía eléctrica española obtuvo un beneficio 1.394 millones en 2020, un 715% más que el año anterior, y que le permitirá repartir un dividendo de más de 2.000 euros por acción. También ha empezado a conocer mucha gente que el 70% de las acciones de esa principal eléctrica privada española (que era pública hasta que Felipe González comenzara a privatizarla y Aznar rematara la faena) son de ENEL, siglas del Ente nazionale per l'energia elettrica y que, esta vez sí, es la gran compañía pública italiana de energía.
Difícil momento para lamentarse de lo que pudo haber sido y no fue. Si no nos hubiéramos desprendido de una empresa pública de energía, que podría estar implementando una transición ecológica más rápida y sin ahogar con facturas impagables a ese 10% de familias que sufren la pobreza energética, tal vez no estaríamos ahora pensando en trasnochar con la plancha, en programar la lavadora a las seis de la mañana, en tender a las siete o en pasarse el fin de semana cocinando y llenando fiambreras. Así que no estaría de más replantearse todo, si no es demasiado tarde para hacerlo, y volver a pronunciar aquello de hágase la luz, fiat lux.
Publicado el diario HOY el 2 de junio de 2021
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