Llevo años dedicando una parte de mi tiempo a preocuparme por gente que sufre injusticias y viven muy lejos de aquí. No tiene demasiado mérito por mi parte: una reunión semanal y un reparto de tareas que nunca sabemos si son de utilidad, pero ya dejé de plantearme si las acciones de solidaridad merecen o no la pena en función de los logros conseguidos, porque lo único inútil en la vida es la pasividad y el lamento.
Hace unos días conocí la historia de Núria Marcet, que tiene 91 años y que todavía aparece por su barrio cada mañana que desahucian a alguien del vecindario. Si admirable me parecen las acciones de Núria, no se pueden imaginar lo que pienso de las cooperantes que están en la franja de Gaza, donde han muerto en los últimos días 198 palestinos, de los que 58 son menores y 34 mujeres, además de 1.300 heridos. Sí, también han muerto ocho adultos y dos menores israelíes a casusa de los ataques terroristas de Hamas, pero la desproporción del sufrimiento que se desprende de las cifras no tiene parangón.
Hoy no se puede hablar de una guerra en esta zona de Oriente Medio. Estamos hablando de una Estado con miles de tanques, una poderosa aviación y el ejército más preparado del planeta, contra una población indefensa y maltratada desde hace décadas, que no consigue tener su lugar en el mundo en el que vivir, que ansía tener el mínimo espacio vital que toda comunidad merece. Una lucha tan desigual debería tener otra palabra para no confundir los términos.
Lo peor, como siempre ocurre en todo enfrentamiento violento, lo encontramos a la hora de justificar lo injustificable. Israel culpa a los propios palestinos de la muerte de sus niños con la misma argumentación que utilizaron los bombarderos americanos que mataron a cientos de criaturas en un refugio de Bagdad en 1991, con la misma siniestra argucia con la que se justificaban las muertes en una casa-cuartel.
Las organizaciones de Derechos Humanos presentes en el terreno hablan ya de crímenes de guerra: destruir los hogares en los que viven familias es una violación del derecho internacional. Y tras la muerte y la destrucción llega la desesperanza, la falta de horizontes por el fracaso de todos los intentos de lograr una paz que cada vez parece más imposible.
Médicos sin fronteras nos cuenta que sus instalaciones en Gaza han sido dañadas, que falta sangre para transfusiones, que reciben 45 heridos diarios con quemaduras graves, que hay matanzas indiscriminadas de civiles y que sin pudor derrumban el edificio donde trabajaban Al-Jazeera y la agencia AP.
Por eso necesitamos gente como Núria Marcet o como Juana Ruiz, la cooperante de origen extremeño detenida. Necesitamos gente que se pongan del lado de los más desvalidos. De ahí mi admiración a quienes trabajan por las personas que piden refugio, por quienes cada verano acogen a niños saharauis o por quienes se juegan la vida en favor de los nadie de Oriente Medio de los que hablaba Eduardo Galeano, aquellos que cuestan menos que la bala que los mata. Esos son, desde hace mucho tiempo, los palestinos.
Publicado en HOY el 19 de mayo de 2021
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