No lo pasé bien con los profesores de Matemáticas que me tocaron en suerte, pero me fue algo mejor con las de Historia. Desde niño me interesó la asignatura gracias a aquella serie titulada Érase una vez el Hombre, que era entretenida y servía para que no te sonara a chino lo que luego te explicaban en el aula. Sin embargo, el capítulo que se tenía que haber emitido por TVE el 29 de abril de 1979 fue censurado íntegramente y tuve que esperar unos cuantos años hasta que un profesor de la Facultad llamado Ángel Rodríguez nos desvelara las razones de toda aquella polémica.
En las últimas semanas se ha reavivado un debate sobre la necesidad de pedir perdón por muchas cosas, desde atentados en las calles o abusos en internados, hasta otras de mayor enjundia y en las que intervienen políticos, jefes de Estados y hasta pontífices. En principio, me inclinaría a pensar que no hay que pedir disculpas a nadie, porque los crímenes de los antepasados no los heredan los descendientes. Además, tampoco sabemos quiénes fueron realmente nuestros progenitores. ¿Acaso alguien es tan osado como para creerse sucesor directo de Viriato, de Trajano, del visigodo Alarico, del musulmán Averroes, del judío Maimonides o del mismísimo Hernán Cortés?
Pero todo este razonamiento exculpatorio se desmorona al ver las posiciones de quienes no tienen rubor en enorgullecerse de las gestas de espada de hace muchos siglos, sin pararse a pensar que la estatua en la que el héroe local pisa la cabeza de un nativo de las Américas puede herir muchas sensibilidades. Las barbaries fueron barbaries y la esclavitud fue la esclavitud, independientemente de los parámetros éticos de otros tiempos y contextos. Hoy ya tenemos referencias suficientes como para no vanagloriarnos ni celebrar hechos históricos que provocaron muertes, sufrimientos y crueldades inimaginables. Entre otras cosas porque también tenemos una fecha que debería marcar un antes y un después a la hora de glorificar el pasado: desde el 10 de diciembre de 1948, tras un holocausto genocida y una segunda guerra mundial, contamos con una Declaración Universal de Derechos Humanos, un acuerdo de mínimos con 30 artículos que no admiten excepciones culturales, religiosas, políticas, económicas o raciales.
Por eso entiendo perfectamente las disculpas del papa Francisco sobre la evangelización de América y me estremecen quienes creen que es posible festejar el día de la Raza con otro nombre, como si no hubiera pasado nada. En nombre de ideologías y creencias respetables se han cometido tropelías en todos los rincones del planeta, y quizá ya no se pueda lograr justicia y reparación para cada reguero de sangre de las venas abiertas de América Latina o del colonialismo esquilmador de África, pero no está de más pedir disculpas.
A lo mejor tenemos que empezar a contar la Historia hacia adelante, que es como quería que se la explicaran en la escuela a Miguelito, el amigo de Mafalda. Y en lugar de cinco varones, como los que cité en el segundo párrafo, habrá también cinco mujeres. Dicen que los bisontes de Altamira los pintaron ellas mientras ellos cazaban. No salía así en Érase una vez el Hombre. ¿Y si también nos censuraron ese episodio?
Publicado en HOY el 20 de octubre de 2021
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