Me habría gustado saber cantar, tocar un instrumento musical, dibujar o tener habilidades para cualquier tipo de arte. A estas incapacidades se unen muchas otras, entre las que está la de saber interpretar bien las encuestas que hace el CIS cada cierto tiempo y que últimamente me quitan el sueño. La semana pasada me asaltó una cifra y no dejo de pensar en ella: 44,1 era el porcentaje de varones españoles que creen que las políticas de igualdad han llegado tan lejos, que ahora se les está discriminando a ellos. Me produjo tal impacto, que comencé a curiosear otras cifras de la encuesta sin intención alguna de analizarlas, porque bien sé que ese es un charco en el que jamás deberíamos meternos quienes carecemos de los rudimentos básicos que se requieren para algo tan serio.
Me imaginé que a esa misma pregunta las mujeres responderían de forma muy distinta, pero encontré que un 32,1% también estaban de acuerdo con la misma, así que me dio por pensar que esto era un problema generacional, que la juventud ya tendría superado todo esto. Y es entonces cuando me llevo otra sorpresa al comprobar que un 51,8% de los jóvenes de 16 a 24 años también estaban de acuerdo con esta afirmación, 11 puntos más que entre los mayores de 65. Luego los datos tampoco resultaron demasiado alentadores, porque también está de acuerdo con la afirmación un 37,4% de las mujeres de entre 35 y 44 años y esto me hizo cuestionarme muchas cosas, porque lo que creía una salida propia de los cuatro “señoros” vociferantes de la barra de bar se extiende a un buen número de jóvenes e incluso de mujeres.
¿Son las plazas de aparcamiento pintadas de azul y reservadas a personas con movilidad reducida una discriminación hacia quienes sí podemos salir del coche con nuestros propios pies? ¿Alguien sensato puede creer que las medidas para paliar unas desigualdades arrastradas desde hace siglos están ya dando la vuelta a la tortilla? Me temo que falta mucho y que deberíamos pensar en tantos instantes cotidianos en los que las mujeres, incluso en los países donde más se ha avanzado, continúan sufriendo discriminación.
Alonso de la Torre, en uno de sus artículos de contraportada de este periódico, recogió hace poco una frase cazada al vuelo en uno de esos bares, en una conversación que narraba las quejas de un recién divorciado a un amigo y de la que entresacó uno de los entrecomillados más crueles que jamás había leído: “y luego se extrañan de que las maten”. Si eso se puede decir abiertamente en un bar y sin miedo a que le escuchen, es porque se ha creado un caldo de cultivo propicio para que no haya pudor en confesar el machismo más radical y la apología de ese terrorismo transversal que es la violencia de género.
Lamento no saber interpretar las encuestas, aunque preferiría curar cualquier otra de mis incapacidades artísticas e intelectuales. No sé si el CIS repite de vez en cuando sus estudios para ver si vamos mejorando o continuamos un proceso involutivo que, de momento, llega ya a un cuarenta y cuatro por ciento.
Publicado en el diario HOY el 24 de enero de 2024
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