En años bisiestos como este no es obligatorio dormir dos veces la siesta, aunque podría pasar como una de esas falsas etimologías que a algunos nos gusta inventar. Nuestros antepasados de ese mundo tan denostado como el clásico fueron capaces de darse cuenta, sin telescopios digitales ni satélites artificiales, que la tierra tardaba 365 días completos y un cuarto más en dar la vuelta completa alrededor del sol. Parece que fue de esta manera como empezaron a sumar esos cuatro cuartos, que no son los que anteceden a las doce campanadas, y con ellos crearon un nuevo día que incrustaron en el mes de febrero.
Hay quien dice que los años bisiestos suelen ser aciagos. Aquí en España estalló una guerra civil en 1936, Orwell imaginó un 1984 con su Gran Hermano y su policía del pensamiento, en 2004 un tsunami arrasó Indonesia y en 2020 sufrimos una pandemia que ayer recordamos a cuenta de un quítame esas mascarillas. Pero también hubo bisiestos con Declaraciones Universales de Derechos Humanos en 1948 y con revoluciones imaginativas en las calles de París en mayo de 1968, así que hay malas noticias para quienes todavía creen que la numerología esconde significados ocultos y funestos.
Ya han pasado a mejor vida los agoreros que cada comienzo de año salían en las teles en blanco y negro a predecir si el año sería seco o lluvioso. Sin embargo, todavía hay un señor que interpreta a Nostradamus en un periódico neoyorkino y que ya ha anunciado que el rey Carlos III de Inglaterra abdicará en Harry y no en William, ha vaticinado una guerra mundial con China, la muerte del pontífice y que se nos aproxima un desastre climático. Lo último ya lo sabíamos, lo del Papa puede ocurrir por su edad y sus enfermedades, lo de China sí debería preocuparnos y lo del Familia Real Británica, si se cumpliera, no pasaría de provocar alguna taquicardia y desasosiego a los guionistas de The Crown y poco más.
Los bisiestos suelen ser años olímpicos, esos que nos llegan cada cuatro años y que nos hacen estar pendientes de una cosa que se llama medallero y de deportes de los que desconocemos las reglas y olvidaremos hasta dentro de otros cuatro años. Pero también podríamos pasar olímpicamente de tantos números, fechas, juegos, predicciones y calendarios solares para ocuparnos de lo que importa. Podríamos aprovechar este 2024 recién estrenado para ocuparnos de intentar parar las guerras actuales, de impedir que surjan otras nuevas, de cuidar nuestros entornos, de prestar atención a quienes más lo necesitan, de sembrar concordia en lugar de alentar el odio, de buscar el bien común en lugar del beneficio propio, de esforzarnos por entender las razones de quienes no piensan como nosotros, de tender más puentes y dejar de dinamitar acuerdos.
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