Hubo un tiempo en el que un hallazgo natural o una invención humana podían transformar un área geográfica miserable en un lugar donde se nadaba en la abundancia. Quienes encontraron oro y diamantes en el África Austral saben bien de qué estamos hablando, pero la verdad es que los beneficios de tantas piedras y metales preciosos no mejoraron la vida de quienes llevaban siglos en aquellas tierras. En cambio, sí les vino muy bien a unos rubios del norte que se llevaron a la metrópoli todas las ganancias.
Sí, ya sabemos que la colonización y la explotación de recursos de hoy en día no es exactamente como antes porque todo parece diferente. Ya no hay esclavitud formal pero nos aprovechamos del trabajo sin derechos humanos ni laborales en lejanos lugares que no sabemos ni ubicar en el mapa. ¿O acaso no tuvimos que buscar qué era eso de Bangladesh cuando se vino abajo una fábrica textil en la que murieron 300 muchachas que ganaban 28 euros al mes y tenían que dormir en la misma factoría?
Por aquellos hallazgos o inventos que proporcionan riqueza se suelen pelear unos pueblos con otros. La llegada de una gran factoría suscitaba grandes disputas porque eran garantía de generación de empleo y crecimiento económico en varios kilómetros a la redonda. Casi siempre esas nuevas inversiones acababan en lugares que ya habían sido beneficiados antes y que ya contaban con mejores infraestructuras para albergar esas nuevas oportunidades.
¿Ocurría eso con todo? Pues no. Hace ya muchos años que en Extremadura plantaron una Central Nuclear en Almaraz e iniciaron una segunda que solo pudo impedir la movilización popular. Así que lo que nadie quería tener cerca sí valía para que se lo tragaran los que no tenían casi nada o habían asimilado como lema el “¡ave!, ¡qué le vamos a hacer!”
Hace dos años, cuando la guerra de Ucrania disparó los precios de la energía, se publicó un curioso mapa peninsular de los lugares que más electricidad producían y quienes más la demandaban. De Extremadura, León y Aragón salían hacia Madrid y Barcelona millones de megavatios que apenas dejaban unas migajas en los lugares de producción. El caso de Almaraz es muy significativo: se empezó a construir en 1973, lleva más de 40 años funcionando, enriquece solo al área colindante, deja los peligros a toda la región y convierte en multimillonarias a las empresas domiciliadas en esas nuevas guaridas fiscales -me niego a llamarlos “paraísos”- en que se han convertido las comunidades autónomas que se vanaglorian de rebajar impuestos a muy ricos a costa de recortar servicios públicos que solo usan los pobres.
Me pregunto por qué no se han llevado ya la central de Almaraz al mismísimo Pozuelo de Alarcón. Si tantos dividendos reporta el uranio transformado en Extremadura, bien podrían quedarse allí con todo el equipo. Han pasado ya 40 años, está más que amortizada y el precio que aquí hemos pagado por ella no nos ha servido para despuntar. Cada día que pasa viendo marchar kilovatios y beneficios mientras nos quedamos con sus riesgos, me parece que estamos soportando una humillación que no merecemos.
Publicado en el diario HOY el 15 de mayo de 2024
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