Hubo un tiempo en los que seguía casi al minuto los debates sobre el estado de la nación, de la región y hasta el de la Unión en el Congreso americano. También confieso que esa costumbre ha decaído bastante y que, como mucho, suelo prestar atención a dos o tres medios que me facilitan un resumen con las jugadas más interesantes, que son como aquellos minirreportajes que comprimían todo un partido de fútbol en los goles, las ocasiones, las decisiones arbitrales polémicas o las tanganas, que así las llamaban, en caso de que se hubieran producido.
Les hablo de aquella época en la que para saber lo que ocurría era imprescindible contar con un testigo fiable en el lugar de los hechos y a la hora exacta en la que se producían los acontecimientos, porque solo con profesionalidad y viviéndolo in situ era posible transmitir a los ausentes una idea fidedigna de cuál era el estado de las cosas. Pero han sido demasiado trepidantes estos últimos 20 años, en los que hemos pasado de ir al kiosco o encender la tele para saber qué se cocía en el mundo, a tener en el bolsillo una alarma permanente que nos avisa de una niña que se ha perdido en la feria o de una bomba ha que decapitado a cinco criaturas junto al mar Mediterráneo.
La niña de la feria nos preocupó un instante, porque podría ser nuestra hija o una sobrina. Las criaturas sin cabeza ya no tanto, porque el Mediterráneo es muy grande y esto está pasando en la otra punta, esa distancia necesaria para que lo más cruel no nos duela, especialmente porque creemos que eso no nos podría acontecer aquí. Además, a la barbarie también nos acabamos acostumbrando y la rabia del primer día pasa a ser una angustia a las dos semanas, un ligero dolor a los tres meses y una simple tristeza cuando se acerca el primer aniversario.
Sí que es importante conocer en qué situación nos encontramos, qué cosas van mejorando, qué asuntos siguen igual que al principio de los tiempos y cuáles son aquellos que no nos atrevemos a abordar, esos que se van enquistando y se convierten en males soportables.
En cualquier debate sobre el estado de las cosas me sobran las puestas en escena y la teatralización. No me sirven para nada el “tú lo hiciste peor”, ni la descalificación personal al interlocutor. Me interesa más saber qué medidas se defienden y a quién benefician más, necesito conocer qué modelo de sociedad defiende cada uno, si apuestan por el “sálvese quien pueda” o por el “no dejemos a nadie atrás”. Y para tener más elementos de juicio es imprescindible que los datos pasen más controles sanitarios y de calidad que cualquier medicamento o producto alimenticio. Miramos la fecha de caducidad de los yogures y no nos atreveríamos a consumir un producto del que no supiéramos qué contiene y de qué manera ha sido manipulado. Si nos tragamos como cierto lo que cualquier vendedor de pócimas presenta con colores brillantes, luego no nos quejemos. La primera vez que me engañan no es mi culpa; la segunda, sí.
Publicado en el diario HOY el 26 de junio de 2024
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