En mi ciudad hay personas que calibran su calidad de vida en función de la presión del chorro de las fuentes ornamentales. Además de estar en su derecho, el asunto tiene sus ventajas: han recurrido a un sistema fácilmente mensurable y tienen la suerte de no ver ni sufrir ninguno de los otros problemas que nos afectan a los que vivimos en barrios. En mi ciudad hasta los columpios infantiles tienen clases sociales: a los barrios pudientes les ponen suelo sintético y a los demás arena. Los desaguisados urbanísticos que heredamos de otras épocas se entremezclan con los de nueva creación, no hay otro interés que el de aparentar y todo lo arregla el atrezzo, no existe red de guarderías municipales, la política cultural es un sainete de noche de verano, los transportes públicos invitan a usar el vehículo privado y algunas calles nos recuerdan Sarajevo. Pronto habrá elecciones municipales y las promesas invadirán nuestros hogares. Así que hay algunos que estamos deseando que la presión del agua descienda, que los deslumbrantes chorros descansen durante el tiempo suficiente como para que nos pongamos pensar en ciudades más amables, más verdes, menos ruidosas, más saludables, con espacios para el ocio y para una cultura crítica, en la que ciclistas y viandantes tengan su lugar, con una planificación urbanística alejada de tiempos faraónicos, con participación ciudadana. Espero que mi buzón se llene de proyectos de ciudades habitables y no de decorados lujosos que tapan todas esas carencias que descubrimos cuando nos alejamos del espejismo de las fuentes de colores. Mi ciudad podría ser cualquiera. http://javierfigueiredo.blogspot.com
Foto: María José Montero
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