En la época en que los juegos infantiles se
practicaban a la intemperie siempre había quien pretendía hacer valer sus
poderes por encima de las normas. El dueño del balón decidía la legalidad de
los goles y los más fuertes delimitaban el espacio público en el que se podía jugar. Y
es entonces cuando algún valiente se atrevía a gritar que la calle era de todos
y el resto coreábamos todos a una, como si estuviéramos en una obra de Lope de Vega. Hoy la calle sigue siendo
más de unos que de otros y todo depende, fundamentalmente, del motivo que te
haga salir a ella. Si es porque ha ganado tu equipo de fútbol todo será más
fácil y podrás gritar, tocar el claxon y saltar por las calles hasta las tantas
de la madrugada. Si se te ocurre salir a la calle porque estás hasta la
coronilla de recortes y a favor de un mundo más justo, entonces corres el
peligro de pasarte más de un mes en chirona, como le ha ocurrido a tres estudiantes
de Barcelona. Parece poco probable que haya algún directivo de Bankia durmiendo en las cercanías de
Alcalá-Meco, de la misma manera que Matas
sigue pernoctando en
su casa y casi todos los implicados en los dispendios valencianos siguen viviendo como
si nada hubiera ocurrido. Un país libre es aquel en el que se puede estar en la calle sin tener que
dar explicaciones a nadie, sin más límite que el respeto a los demás. Por eso,
cuando Jorge Fernández Díaz afirma que la
calle no es un camping uno se lleva
una gran alegría: ¿Significa eso que van a prohibir los desahucios y que no volveremos
a ver a la policía poniendo de patitas en la calle a familias enteras con sus enseres?
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 14 de mayo de 2012.
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