El español tiene entre sus expresiones idiomáticas la de
engañar como a un chino y nuestros vecinos portugueses hablan de “negócio da
China” para referirse al que es boyante y lucrativo. Esa diferencia revela
mucho de nuestra visión del mundo en el pasado, pero la realidad del presente
acaba dejando obsoleto el lenguaje. Solo necesitamos dar una vuelta por el
barrio para ver cómo han cambiado las cosas: ya no engañamos a los chinos sino
que sus tiendas están abiertas a cualquier hora para venderte desde un timbre
de bicicleta hasta pinzas. Cierran todo tipo de negocios y apenas se abren
nuevas iniciativas. Las joyerías, aquellos establecimientos en los que se
vendía el más preciado de los metales, van dejando paso a locales en los que se
compra oro. Los parabrisas de los coches siempre tienen algún papel con letras
amarillentas que nos incitan a convertir las joyas del pasado en moneda de
cambio. Los historiadores analizarán nuestros días a través de los registros
mercantiles: lo que fue la lana en la edad moderna o los telares del XIX, hoy
lo serían las tiendas de chinos, centros de depilación y establecimientos de
decoración de uñas. Hemos pasado de una época en la que todos buscaban hacerse
de oro a otra en la que hay que deshacerse de él. El momento económico más
crítico desde 1929 y estamos trocando las alhajas de los abuelos para que no se
nos vea un pelo, ni de tontos ni de la dehesa. Es más que probable que estar de
uñas frente a la injusticia ya no signifique lo que creíamos. La estética ha
triunfado: que se rinda la ética, que no es este su instante de gloria.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 28 de mayo de 2012.
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