La organización mundial de la salud
debería estar preparando planes para atajar la epidemia de eufemismos.
Empezaron los practicantes, que pasaron a denominarse ATS y luego llegaron los
maestros, a los que se convirtió en profesores de EGB. Después los ciegos
pasaron a ser invidentes y los países pobres de solemnidad entraron en unas
vías de desarrollo. Ahora el análisis de cualquier hecho viene acompañado de su
experto en eufemismos, alguien que convierte un rescate en una ayuda, una
crisis en una recesión, un robo en un desajuste contable y una pésima gestión
en imponderables sobrevenidos. Me pregunto si los asesores lingüísticos y de
comunicación se creen tan listos como para engañarnos a todos y hacernos creer
que el drama de los parados es menor cuando se les denomina desempleados, que
los recortes duelen menos si se les llama ajustes y que el despido laboral se
sobrelleva mejor si te comunican por e-mail que prescinden de tus servicios. Ya
están bien lejos de la memoria aquellos días en los que se nos prometía llamar
al pan y al vino con sus nombres más comunes. Esta noche tendremos nuestra
última ración de calmantes, noventa minutos para demostrar a Europa y al mundo
que somos los mejores y que tocamos muy bien la pelota, con más arte y calidad
que nadie. Se suponía que ganar el mundial de fútbol incrementaba un 1% el PIB,
han pasado dos años desde que Iniesta
marcara en Johannesburgo y toda la prima que cobraron nuestros futbolistas
acabó tributando en aquel país. Creen que somos tontos, pero es tiempo de
eufemismos y quizá nos consideren, simplemente, seres de capacidad diferente.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 18 de junio de 2012.
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