A
mi hija le indignan los castigos colectivos en el colegio. El maestro se da la
vuelta, siente la algarabía y el desorden, no atisba a determinar a los
culpables y opta por hacer tabula rasa, pagando justos por
pecadores. Y es que la justicia no se puede impartir en combinación con las
cifras agraciadas en el sorteo de la ONCE del viernes. A nadie se le ocurriría
encarcelar a toda una aldea en la que se ha cometido un crimen argumentando que
es difícil encontrar al culpable. Pues si este ejemplo les parece lógico, ahora
damos un salto mortal y nos volvemos a la edad de piedra. Decía Montoro que
si no se defraudara tanto en el pago del IVA no haría falta subirlo. ¿Podemos
concluir entonces que se va a ser inflexible con los defraudadores? Pues no,
como eso cuesta mucho esfuerzo vamos a lo fácil: aumentamos unos cuantos puntos
para que los cumplidores paguen más y los que se escaquean sigan carcajeándose.
Decía un técnico de Hacienda que el fraude de este impuesto no procede tanto de los fontaneros y electricistas, que no suman más del 7% de lo evadido, como de las grandes
corporaciones, que nos hurtan más del 70% y a las que no interesa pillar. Uno
cada vez está más convencido de que la solución a esta crisis se está basando,
desde mayo de 2010, en apretar el cuello de la gente más indefensa, honrada y
de bolsillos transparentes, porque no hay valor suficiente para arremeter
contra los que provocaron el agujero negro y se lo llevaron a las Islas Caimán.
No pidan explicaciones ante este castigo colectivo e injusto porque corren el
peligro de que les digan que se fastidien, pero con un sinónimo que empieza por
jota.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 16 de julio de 2012.
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