Me gustan los sufijos que convierten en
verbo cualquier sustancia. Caramelizar y cristalizar tienen música propia y
sugieren imágenes de postal o texturas de mil sabores. Lo malo de atiborrarse
de verbos acabados en -izar es que hay que reparar bien en las
contraindicaciones y efectos secundarios, no vaya a ser que para curar un dolor
de cabeza estemos provocando una úlcera de estómago. El viernes celebraban
algunos los 520 años de aquellas aventuras para descubrir, conquistar,
castellanizar y evangelizar lo que llamaban nuevo mundo, mientras otros nos
llevábamos las manos a la cabeza a causa de las palabras wertidas por el ministro de educación. Se equivoca Wert si cree que los
anhelos independentistas de cada rincón de las Españas se atajan contando en
los libros de texto que somos una unidad inquebrantable y unánime desde que
Isabel se casara con Fernando. Y no sólo es inútil, sino que puede tener un
efecto contrario al deseado: la mejor manera de convencer a quien quiere
abandonarte para que no lo haga no es forzándole a ser como tú. De hecho, es
mucho más recomendable realizar el viaje en sentido inverso, intentando
comprender y parecerte a la otra persona. Pero la verdad es que no veo el patio
castellano muy dispuesto a catalanizarse ni un solo milímetro. Lo más grave de
este asunto es que el mismo ministro que hace unos meses eliminó algunos
Derechos Humanos del curriculum de la asignatura de Educación para la Ciudadanía
por considerarlos adoctrinantes, el miércoles pasado no tenía reparo en ir a
españolizar Cataluña. En estos asuntos de banderas siempre es mejor arriar que
izar. Creo.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 15 de octubre de 2012.
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