Un día estuve en la cárcel. Fue una visita de no más de dos horas para participar en un programa de radio que hacían los presos. Tengo un grato recuerdo de aquel día, a pesar de la sensación de desasosiego que me produjo el imaginarme la vida sin libertad. Aquella experiencia me sirvió para no volver a decir que a alguien le han condenado “solo” a tantos años de prisión, porque ya puedo imaginar lo eternos que deben de ser los días entre rejas y muros. Nuestros centros penitenciarios están llenos de pequeños traficantes y ladronzuelos enganchados a cualquier sustancia, pero allí no hay ni banqueros de renombre, ni defraudadores fiscales, ni evasores de divisas. Mientras leía algunas dramáticas experiencias de viejecitos engañados por esos productos financieros que llaman “preferentes”, no dejaba de preguntarme cómo es posible que ningún responsable, de esos que viajan en business, haya sido condenado. Unos pocos se han repartido indemnizaciones millonarias y ahora tenemos que pagar entre todos, y con esfuerzos sobrehumanos, los agujeros que han dejado con su ineptitud y quizá algo más. Para colmo de los colmos, el jueves detenían a Feli Velázquez, una activista de la plataforma de afectados por la hipoteca que se dirigía a un juicio como testigo. ¿Cómo es posible que acabe siendo legal que quienes han provocado las injusticias campen a sus anchas y que quienes luchan contra ellas estén en comisaría o en la cárcel? Y, por si algo faltaba, indultan a cuatro policías condenados por torturadores y otra persona vuelve a perder un ojo con las malditas pelotas de goma. Eso sí: a las cárceles van siempre los mismos.
Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 3 de diciembre de 2012.
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