Viajar todos los días en el mismo tren
durante muchos años te permite acabar conociendo a personas con las que quizá
nunca hubieras llegado a coincidir. En el tren conocimos a Ana, una chica muy simpática,
que siempre tiene buenas palabras para todo el mundo y que nos ofrece almendras
cuando regresamos a las tres de la tarde y muertos de hambre. Un día nos habló
de sus perritas, de Pulguitas, Luna,
Lucky y Lucy, también de su gato Pitu, de cómo llegaron a su vida, de
las razones de sus nombres y hasta del carácter de cada una de ellas. A todas las
salvó de una muerte triste en la perrera y ahora se encargan de darle alegrías.
Y la conversación nos llevó por cuestiones más filológicas y acabamos
mencionando expresiones del tipo “se portó como un perro”, “un día de perros” o
“a cara de perro”. Hasta el lenguaje se ha ensañado con este animal que puede
dar lecciones de lealtad, y hasta de humanidad, a muchos de los bípedos con los
que compartimos el planeta.
Un día me pidió Ana que escribiera sobre los
abandonos de perros al comienzo de los periodos de vacaciones. Y es que en los
próximos días, a pesar de campañas tan impactantes como aquella de “Él nunca lo
haría”, muchos animales que fueron regalados a principio de año aparecerán por
las carreteras sin rumbo, tristes, y con muchas papeletas para acabar siendo atropellados.
No sé qué se puede hacer para evitar esta tragedia o la de los galgos ahorcados
al final de cada temporada de caza. Sí sé que no es una cuestión de educación
sino algo mucho más simple: tener sentimientos. Y ni siquiera hace falta que
sea un sentimiento humano, bastaría con que fuera noble, como un perro.
Publicado
en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 8 de julio de 2013
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