07 octubre, 2013

Lampedusa

Pocos nombres propios italianos nos permiten tantas asociaciones de ideas como Lampedusa. Empiezas pensando en la novela de Giuseppe Tomasi , pasas a la película de Visconti y acabas con Burt Lancaster afirmando que hay que hacer cambios para que todo permanezca como siempre. Hoy Lampedusa es una metáfora del mundo. O de dos, para ser más exactos: del mundo que soñaba Umberto Bossi, que no hace mucho abogaba sin pudor con bombardear los barcos que llegan a la isla, y del mundo de los sin nombre, de los que no tenían más posesiones que lo que llevaban puesto en el momento de desaparecer en un barco de mala muerte.


El jueves se producía en Lampedusa una catástrofe de las mismas consecuencias humanas que el 11M de 2004 en Madrid, con la diferencia y el agravante de que pasado mañana ya no se hablará de quienes hoy están en la morgue, ni jamás veremos a sus familiares llorar en televisión. Para que desaparezcan nuestros muros de la vergüenza, que ya han causado más muertes que el denostado de Berlín, hace falta cambiar la fórmula organizativa del planeta, que siempre fue miserable desde el punto de vista ético y ahora es insostenible e inviable. Entre el primer mundo ciego y el tercero famélico necesitamos uno que sirva de puente hacia el futuro: es el que habrá de construirse aquí, con empatía hacia los que sufren y con voluntad de hacer florecer la justicia (que no la caridad) en cada rincón de la tierra. Un reto dificilísimo pero imprescindible, porque a este planeta ya no le valen más trucos de Gatopardo para que todo siga igual.

Publicado en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 7 de octubre de 2013.

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