El habernos tocado vivir en una de las áreas católicas de Europa
nos ha provocado que el término protestante tenga unas connotaciones muy
negativas en nuestro subconsciente. El silencio, el acatamiento, el servilismo
o la docilidad tienen muy buena prensa y lo convierten a uno en un ser digno de
admiración, muy apetecido por cualquier tipo de poder. En cambio, las personas
críticas, inconformistas, rebeldes ante las injusticias o que suelen
significarse, éstas son de las que corren el peligro de ser marcadas y
señaladas, incluso 40 años después de la muerte del dictador. Me doy por
vencido y sé que necesitaremos varias décadas hasta que nuestra sociedad acabe
apreciando más al que se parte la cara reivindicando lo que cree de justicia,
que al que se achanta y se resigna.
Sobre las maneras de plasmar las protestas encontraremos
opiniones de todos los colores: a unos no les gusta ninguna de ellas, ni las
tradicionales de pancarta ni las más modernas, quizá porque en el fondo
desearían que no existieran; a otros les da por poner pegas a cada fórmula y se
dedican a hacer campeonatos de tiquismiquis sobre los modos para despistarnos
del fondo. Ahora llegan a España las mujeres de Femen, que son de las que protestan a pecho
descubierto, y más de uno se va a quedar obnubilado en el envoltorio, sin
entrar a valorar los contenidos. Por desgracia, hoy es necesario salirse fuera
de los cánones para hacer visibles los mensajes de desacuerdo, así que no
caigamos en el error de descalificar las formas pacíficas de contestación y
reflexionemos sobre cuánta razón (o sinrazón) hay en el fondo de cada protesta.
Publicado
en EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 14 de octubre de 2013.
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