24 septiembre, 2014

Tradiciones y vida universitaria


Una canción de mi época de universitario decía que la tradición era una maldición. Con el tiempo te das cuenta de que la frase no es un axioma y que no todo lo que heredamos es abominable. Pero la semana pasada nos tocó escuchar los argumentos de quienes defienden la tortura y muerte de un toro en Tordesillas, y muchos se refugiaban en la tradición como último recurso, cuando ya no tenían una sola palabra coherente con la que sostener su barbarie. Por eso, quizá fuera necesario hacer un repaso de todas aquellas cosas que seguimos haciendo por la fuerza de la costumbre y que la evolución del pensamiento humano podría haber convertido en ridículas, humillantes o crueles.

La vida universitaria parece que también tiene sus ritos iniciáticos. No ha acabado septiembre y ya sentimos en las ciudades la llegada de los estudiantes, que adelantan el inicio del curso gracias a la homogeneización europea de calendarios. Así que ya no es como antes, que empezábamos en octubre y hasta en noviembre. No sé si será porque el sábado nos reunimos los colegas de la promoción, veinticinco años después, pero a uno le da por fijarse en las similitudes y diferencias de lo de ahora con otros tiempos. Una de ellas es la práctica de maltratar a los novatos, que no estaba tan extendida en el pasado puesto que muchos jamás sufrimos ni participamos de esas formas de hacer el cenutrio. Los hemos visto en las calles, con la cara pintada, con el pelo lleno de huevo y harina, en una especie de juego macabro en el que se demuestra cualquier cosa menos la madurez que se supone a quien cursa estudios superiores. Desgraciadamente no es un mal autóctono sino que sobrepasa las fronteras: hace unos días el gobierno portugués ha tenido que publicar unas recomendaciones a todas las instituciones académicas del país advirtiendo de cosas tan obvias como que nadie puede ser obligado a participar en las famosas praxes, en un país conmocionado por la muerte de varios jóvenes a principio del curso pasado.

Si preocupante es la actitud de quienes humillan a sus compañeros, no lo es menos la de los que se resignan a sufrir el escarnio casi de buen grado, en una especie de síndrome de Estocolmo, creyendo que es la mejor forma de integrarse. No. Para familiarizarse con un entorno y nuevos compañeros lo mejor es hacerlo civilizadamente y sin necesidad de acordarnos de las escenas de La chaqueta metálica de Kubrik. Cuando la tradición se convierte en un acto miserable, sin pies ni cabeza, se necesita desenmascarar la catadura moral e intelectual de quienes perpetran tanta animalada. Y la vida universitaria, que tendría que ser ejemplo para toda la sociedad, tiene ahí un borrón que debería hacer desaparecer lo más pronto posible, para que ningún gobierno tenga que dictar instrucciones como ha ocurrido en Portugal, para que ninguna tradición acabe por ser una maldición.

Publicado en el diario HOY el 24 de septiembre de 2014.


Foto publicada en Abc el año pasado



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