Hace
diez días me enteré de que el premio educativo “Giner de los Ríos” se lo habían
dado a un maestro de mi pueblo y sus veintidós alumnos. La noticia se titulaba
“Los 22 maestros de Guillén” y contaba la experiencia de un grupo de escolares
ante el cáncer que padecía uno de sus compañeros y de cómo se apañaron para
conseguir que aquel niño de nueve años no perdiera ni el curso, ni la vida. En
la crónica narraban los vídeos que le grababan, los turnos que hacían para
explicarle las cosas visitándole cada tarde en su casa, o las clases que le
daban al aire libre, cuando sus bajas defensas todavía no le aconsejaban el
ambiente cerrado del aula, en un parque que lleva el nombre del primer alcalde democrático de mi pueblo.
Aquel alcalde, de humanidad indescriptible, había estado dieciocho años entre rejas,
era uno de los presos que más tiempo había pasado en las cárceles del
franquismo y solo era superado por unos cuantos como Marcos Ana, el poeta que
estuvo recluido la friolera de veintitrés años y que fallecía el pasado viernes
a los 96 años. Dos días antes había muerto la que durante casi un cuarto de
siglo había sido alcaldesa de Valencia, con las polémicas sobre si su infarto
lo había provocado el acoso mediático o sobre la oportunidad de guardarle un minuto de silencio en una Cámara - de la que jamás había formado parte – y en la que no se había hecho lo mismo por un diputado de Badajoz fallecido en el mes de agosto.
De
la muerte no nos gusta hablar. Hay quien rehúye las conversaciones, quien
considera, como el Vaticano, que las cenizas no pueden ni guardarse ni lanzarse
al viento, y quienes hemos acabado por desmitificar un trance tan cotidiano y
tan irremediable. El periodista Jon Sistiaga ha realizado para televisión una serie documental titulada “Tabú”, que ya ha recibido el Premio Ondas de este
año, en la que profundiza sobre asuntos que no por mucho ocultarlos dejan de
existir: los suicidios, la eutanasia o la muerte digna. Y mientras veía uno de
los últimos capítulos de la serie reparaba en la gran dificultad que existe en
nuestra sociedad, y probablemente en casi todas, para hablar de algo que pasa
todos los días, en todos los lugares del mundo y que afecta a todos sin
excepción.
Ya
pensaba que no eran posibles más encadenamientos de noticias, sucesos,
coincidencias o casualidades con alcaldes, presos, comunistas, ancianos,
fallecidos…y en eso se fue Fidel. Y, al contrario de lo que ocurre en la famosa canción de Carlos Puebla, su muerte ha servido para que la diversión comenzara
en Miami y para que casi todo el mundo tuviera una opinión sobre el personaje y
su revolución. No sé si la historia lo acabará absolviéndolo de sus muchos pecados, o si la balanza de sus logros serán valorados con la perspectiva del
tiempo y del contexto. Veremos.