En
una tira cómica del genial Quino aparece Miguelito quejándose a su amiga
Mafalda de que la Historia que le enseñan en la escuela trata de cosas ya
antiguas y pasadas. Me acordé de esa viñeta hace un año y me apunté en la
agenda que la primera columna del siguiente mes de septiembre tenía que
dedicarla a escribir un alegato sobre la estulticia de las tradiciones del
pasado que no se sostienen desde la razón, que provocan daño y sufrimiento. La
próxima semana volveremos a hablar del toro de la vega y este verano hemos
visto barbaridades auspiciadas en argumentos tan sólidos como “esto siempre se
ha hecho así”.
El
año pasado me sorprendió ver una noticia en medios nacionales sobre las
novatadas y que estaba ilustrada con una imagen captada en Extremadura, con
jóvenes embadurnadas de harina y huevo sufriendo humillaciones que una persona
con capacidad de cursar estudios universitarios debería rechazar, por mucho
consentimiento que aleguen incluso quienes las sufren. Sé que desde hace algúntiempo las autoridades universitarias han actuado para intentar erradicar estos vestigios que no sé si son medievales o prehistóricos, y han dejado claro que
no participar en estos ritos iniciáticos no debe ser motivo de discriminación o
acoso.
Pero
como creo más en convencer que en castigar, pensé que era el momento de cambiar
la estrategia para eliminar unas prácticas que en Portugal han causado muertes y han sido objeto de un debate público de primera línea. Es hora de romper con
las tradiciones animando a la generación que un día decida organizarse para no
seguir como ganado ovino lo que hicieron sus antecesores. La historia la
cambian quienes no siguen la senda de la venganza y son capaces de decir basta.
En
los próximos días comenzarán su segundo curso universitario quienes nacieron en
1998 y pueden hacer dos cosas: vengarse en los recién llegados de las afrentas
sufridas el año anterior o intentar ser revolucionarios y pasar a la historia
como los que se pararon a pensar, entendieron que dar la bienvenida tiene mil
formas más humanas y acabar con la estupidez centenaria de reírse de los
novatos y hacer chanzas a su costa. Nada más útil que premiar a toda una
generación con el hito de haber sabido separar las tradiciones hermosas de las
que no tienen ni puñetera gracia.
De
la nueva generación del 98 no será fácil que salgan personalidades tan
irrepetibles como Unamuno o Valle-Inclán, aunque quizá surjan muchas mujeres
excepcionales y que en el pasado no pudieron brillar como debieron, siempre olvidadas o en segundo plano. En las manos de quienes acaban de cumplir
diecinueve años está la gloria de cambiar la historia o la miseria de pasar
inadvertidos por ella y perpetuar tradiciones sin sentido. Espero que hagan
como Miguelito, a la que Mafalda acabó preguntando en aquella viñeta, con las
peculiaridades del castellano de Argentina, que cómo quería que le contaran la
historia y respondió que “para adelante”. Así se hace historia.
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