Las personas que han tenido la oportunidad de salir de la órbita
terrestre suelen quedarse impresionadas por las minúsculas dimensiones de
nuestro planeta dentro del universo. Acercarse a la tierra y ver las masas de
nubes moviéndose, el blanco de la Antártida o las columnas de humo de incendios
gigantescos debe de ser un ejercicio en el que se conjuguen la admiración y el
pánico. A pesar de lo que nos habían contado, ninguna obra humana se divisa
desde fuera de la atmósfera, porque la Gran Muralla China la cubre ya una
perenne capa de contaminación que la ha vuelto invisible. Sí que comienzan a
ser perceptibles algunas actuaciones humanas de las que no cabría
enorgullecerse, como la destrucción de la selva amazónica, el pulmón del
planeta.
Si viniera un extraterrestre libre de prejuicios y viera a qué estamos
dedicando nuestras preocupaciones y nuestros telediarios, nos pediría que
tomáramos distancia, que nos apartáramos, que intentáramos ver las cosas con
una perspectiva global. Nos diría que las discusiones sobre las fronteras
internas que hemos puesto sobre la tierra son tan patéticas e inútiles como el
dilema entre salvar las joyas de la abuela o las escrituras del piso cuando la gigante
ola del tsunami está a cinco metros de nuestra ventana. Mientras tanto,
mientras que algunos creen que el mundo entero se resquebraja por un ponme aquí
una frontera, hemos superado el ecuador del mes de octubre sin quitarnos las
sandalias y sin desenchufar el aire acondicionado, en Somalia han fallecido en
un solo atentado casi tantas personas como en el 11M de Madrid y en la
discoteca de París, en Portugal han muerto 38 personas atrapadas por el fuego,
más de 40 en California y Galicia ardía el domingo por los cuatro costados.
Todas las alarmas están anunciadas por los científicos más
prestigiosos del mundo y no se ve ni un solo intento serio para intentar salvar
el planeta. A este paso es probable que en 30 años ningún ser humano goce de
mejor calidad de vida con respecto a lo que tenemos ahora, pero la misma
incapacidad que tenemos para distanciarnos y ver las cosas con cierta
perspectiva la estamos desarrollando con la dimensión temporal. La inmediatez
nos impide pensar a largo plazo, como los malos jugadores de ajedrez que
capturan una pieza que le ponen delante sin pararse a pensar en que se han
metido en posición perdedora que acabará pagando en tres movimientos.
No sé si en las próximas horas tendremos un ejemplo práctico de
esa incapacidad para alejar perspectivas y evitar la siembra de tragedias que brotarán
en el futuro. Quienes nos advierten del cambio climático no están siendo
escuchados y quienes claman por el diálogo están siendo despreciados desde todos
los lados. Hace unos días leí una entrevista
a Slavanka Drakulić y afirmaba que
en Yugoslavia, con el tiempo, todos han acabado lamentando el haber silenciado a
las voces conciliadoras. Solo espero que aprendamos de los errores ajenos.
Publicado en HOY el 18 de octubre de 2017
Fotografia tirada pelo bombeiro português Helio Madeiras em Vieira de Leiria
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