No recuerdo en mi vida una época tan agobiante desde el punto de
vista informativo, tan monotemática y con tanta capacidad para sepultar otras
cosas importantísimas que están sucediendo. Voy esquivando el asunto
innombrable como puedo y cada vez me interesan menos las voces de aquellos que
tienen la seguridad total de estar en lo cierto y que el de enfrente no tiene ninguna
razón.
Las circunstancias me han permitido pasar unos días rodeado de
gente venida de muchos países y he podido conocer a personas que me han ayudado
a alejarme de los puntos de vista anclados e inamovibles. Un entrañable señor
colombiano me animó a conocer su continente sin los estereotipos recurrentes,
una rusa que vive junto a Finlandia coincidía en la importancia de conocer las
culturas de los que nos rodean, una joven historiadora de Massachusetts me
ilustraba sobre capítulos desconocidos del paso por la frontera de Le Perthus,
y una francesa me contaba su periplo desde Francia a Tréveris pasando por Barcelona
y Buenos Aires.
En cuatro días me he ido reafirmando en que las fronteras,
aquellas a las que Schuman llamó cicatrices de la historia, han ido dejando a
su alrededor unas zonas llenas de contrastes y diversidad. Rastrear los lugares
en las que estuvieron nos permiten ir de un pueblo a otro y ver que la
arquitectura cambia, que los olores son distintos, que las costumbres no
coinciden, que diferentes palabras designan los mismos objetos y que hasta los
gestos pueden significar cosas antagónicas. Me ha gustado conocer lo que opinan
sobre lo que pasa por aquí quienes vienen de lejos, porque la falta de información
se suple con la ausencia de prejuicios, y uno empieza a pensar que muchos de
nuestros problemas proceden de un exceso de datos fabricados para el gusto de
cada consumidor y con muy poco temple, con demasiado canto de estadio y poca
labor de escucha hacia quien no piensa como nosotros.
Desde hace ya unos días he manifestado en estas páginas mi
preocupación por la falta de pontífices -en sentido literal- para este
conflicto y por el olvido hacia lo que está ocurriendo mientras tanto. También
a las marcas profundas que estas heridas dejarán en la sociedad con el paso del
tiempo y al temor a que tarden en cerrarse más
de una generación. No sé a ustedes, pero a mí me sobran las fronteras. Y me
sobran todas: las que algunos quieren volver a poner donde hace siglos que no
había ninguna y las que se mantienen desde hace trescientos años. No quiero que
las pongan en el noreste y me repugnan las que están en el sur llenas de concertinas.
Creo que nos habría ido mucho mejor si en cada rincón de la península
hubiéramos leído por igual a Rosalía, Martí i Pol, Atxaga, Ausiàs March,
Florbela Espanca o Gil de Biedma. Habríamos hecho nuestra la cultura de
nuestros vecinos y hoy nadie querría huir ni entonar un grito tan inhumano como
“a por ellos”.
Publicado en el diario HOY el 1 de noviembre de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario