El 18
de noviembre la gente de Extremadura, la que aquí vive y la que se tuvo que
marchar para sobrevivir, tiene una cita en Madrid para defender el bien común.
No es fácil por estas tierras conseguir que todo el mundo se junte y alce la
voz en favor de sus intereses compartidos: desde que en 1979 la movilización
popular impidiera que nos convirtiéramos en generadores nucleares rodeados de
campo, no se recuerda ninguna tan transversal como la de este sábado, a pesar
de que no está exenta de contradicciones.
Hoy
sabemos que fue un error callarse ante el deterioro ferroviario en los años 80.
Mientras la electrificación y las dobles vías avanzaban por toda la península,
por aquí dejábamos que nos cerraran líneas porque el futuro estaba en las
autovías. Se cerraba a calicanto la comunicación hacia el norte y el resto se
iba degradando, las estaciones se iban abandonando y utilizar el ferrocarril se
acabó convirtiendo en una de las actividades para las que se necesita mucha
paciencia y gran capacidad para contener la rabia.
El
sábado hay que estar en Madrid, físicamente o con el corazón. Hubiera sido
deseable que nos pusiéramos de acuerdo en el modelo de ferrocarril que
necesitamos en nuestra tierra, pero es el momento de dar a conocer a todo el
mundo cómo está nuestro tren. Algunos hemos escrito ya muchos renglones en
contra de ese despropósito español de centralizar radialmente todas las
comunicaciones del país, con una altísima velocidad que es insostenible desde
el punto de vista económico, ecológico y social, como lo prueba el hecho de que
solo China, que nos multiplica por 30 en número de habitantes, nos vaya superar
en kilómetros de AVE.
Me parece un acierto que la reivindicación de este
sábado tenga como distintivo al concepto de dignidad. En los últimos doce años
he utilizado el tren en Extremadura más de 5000 veces, he recorrido más de
300.000 km y he recogido anécdotas para varios libros. Sin quererlo me he convertido
casi en un experto y me ha tocado explicar a los viajeros eventuales de estos
trenes que no hay cafetería, que no se reparten auriculares, que el ruido
infernal es porque aún funcionamos con gasoil y que los retrasos no son por
algo extraordinario sino el panorama cotidiano. Una señora, que había recorrido
en menos de tres horas los 600 km de Barcelona a Madrid y que se acercaba a su
sexta ahora para cubrir los 400 km desde la capital hasta Badajoz, me preguntó
si nos quejábamos por todo esto. Y tuve que decirle que no, que aquí protestar
estaba como mal visto, que todavía se sentía una mezcla de miedo y pudor a
colocarse tras una pancarta. Si me la volviera encontrar me gustaría decirle
que todo cambió, que hubo un día que comenzamos a pedir un poco de dignidad.
Ahora toca el tren, pero hay muchas más cosas por las que luchar en voz alta, porque
la resignación nunca sirve para nada.
Publicado en el diario HOY el 15 de noviembre de 2017
Entre las muchas imágenes que ilustran en mi blog mis numerosas columnas y reflexiones estaba la del primer billete que usé para ir diariamente a Mérida, en enero de 2005. Hemos pasado de 65€ a 104 € en apenas 12 años. Las mejoras han sido insignificantes.
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