13 diciembre, 2017

Otras maneras de aprender




Fue hace unos quince días. Estaba huyendo del monotema que ustedes saben, sobre el que algunos vienen escribiendo sin pausa desde hace tres o cuatro meses, y me encontré con un vídeo curioso y llamativo. Lenz es el apellido de uno de los mayores expertos educativos en el mundo y contaba durante una conferencia en Sevilla los avances que supone el aprendizaje basado en proyectos. Imaginarán muchos de ustedes que se trata de algo muy novedoso, pero la verdad es que los docentes más intrépidos (y menos acomodaticios) llevan ya años poniéndolo en práctica. Zafarse de lo habitual y de lo preestablecido suele ser un quebradero de cabeza para quien enseña, aunque también tiene sus recompensas. Descubres un día, como leíamos hace poco en este periódico, que el último premio extraordinario de bachillerato en Extremadura a quien más recordaba de su paso por las aulas era a su profesora de 6º de primaria con la que hacían de todo menos exámenes. Intentar transmitir la pasión por el descubrimiento es quizá la tarea más difícil de quienes se dedican a enseñar. A veces, por cierto, esa pasión se desvanece porque tenemos demasiada burocracia, demasiadas cuadrículas que rellenar y pocos espacios en blanco para que la creatividad campe a sus anchas.


No podía imaginar que Bob Lenz llevara a sus conferencias el fruto de su primer trabajo como alumno de un sistema de aprendizaje basado en proyectos. Era un libro de poemas escrito a los once años y en el que todo el proceso creativo, desde la métrica a la encuadernación, había formado parte de una estrategia más colaborativa que competitiva, más práctica que teórica y, sobre todo, menos academicista que la que vemos en el día a día. Recordaba Lenz algo que he escuchado a todas las personas que han convivido con estas metodologías tan alejadas de la lección magistral, la memorización y la repetición de lo memorizado en forma de examen: lo que se aprende de forma práctica y vivida es algo que permanece y te prepara para la vida real. 


En 2015 fue noticia en los periódicos que algunos de los más renombrados colegios jesuitas de Cataluña habían puesto las aulas patas arriba, habían arrancado los pupitres orientados y alineados hacia la pizarra y habían comenzado a poner en práctica algo tan simple y revolucionario como usar todos los elementos de la vida para construir un proceso de aprendizaje, en el que cada alumna se va haciendo autónoma a pasos agigantados y donde los compartimentos estancos de las asignaturas se entremezclan como en la vida misma. A quienes hoy cumplen quince años, a esos que no pueden estar callados y en silencio durante seis horas seguidas, a quienes los adultos les vamos a dejar un mundo mucho peor que el que nosotros recibimos, deberíamos recompensarles con la oportunidad de probar esos otros modos de aprender que con tanto entusiasmo defienden gente como Bob Lenz, que lleva siempre consigo aquel libro de poesía.

Publicado en el diario HOY el 13 de diciembre de 2017.

 

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