Me aficioné a estar al tanto de las noticias demasiado pronto. En
1973, con apenas siete años y recién llegado a la ciudad donde vivo, la
televisión no paraba de hablar de un conflicto bélico en Oriente Medio en el
que estaban implicados Israel, Egipto y Siria. Era tal el miedo con el que se pronunciaba
la palabra guerra, quizá porque aún permanecía en la memoria reciente de
nuestros mayores, que el temor se contagiaba fácilmente entre quienes no
levantábamos dos palmos del suelo.
Han pasado 45 años de todo aquello y escuchar Oriente Medio nos
sigue trayendo a la mente, de forma instantánea, una asociación de ideas con
bombardeos, matanzas, explosiones, deportaciones, refugiados, ataques,
dictaduras, bloqueos, muros, terrorismos, torturas, humillaciones y todo tipo
de violencias. A quienes tenemos cierta edad nos siguen sonando los nombres
propios de la guerra del Yom Kipur, de los acuerdos de Camp David, del Nobel de
la Paz a Anuar el-Sadat y Menahem Begin, de las matanzas de Sabra y Chatila, de
los Altos del Golán, de las dos guerras del golfo, de los atentados en Israel,
de la Intifada, del incidente de Ariel
Sharon en la explanada de las mezquitas o de las matanzas continuas, bombardeos
y asedios hacia la población Palestina.
Poco o nada se consiguió en aquella conferencia de Madrid de 1991:
el magnicidio de Isaac Rabin y la desaparición de Arafat acabaron por volver a
truncar un proceso que apenas había dado sus primeros pasos. Cambian los
actores protagonistas pero el problema sigue siendo el mismo. Ya no es Irak,
ahora es Siria, ya no hay Saddam Hussein y ahora es el hijo de Háfez al-Ásad. La
posible utilización de armas químicas ha desatado el ataque de Trump, May y
Macron, saltándose la legalidad internacional de las Naciones Unidas y sin
esperar verificaciones de ningún tipo. A quienes hemos seguido lo ocurrido en
Siria nos escandalizan muchas cosas y la primera es la falta de respeto a los
Derechos Humanos de todos los gobernantes de la zona, sin excepción. Tampoco se
acaba de comprender la apresurada reacción de EE.UU. Gran Bretaña y Francia ante unas
imágenes de víctimas de armas químicas, mientras que las del niño Aylan en una
playa turca apenas les hizo inmutarse. Todo lo contrario: vallas más altas,
apresamiento de los buques que rescatan a quienes buscan refugio huyendo de la
muerte y lanzamiento de 100 misiles para que parezca que se hace algo.
Hay quienes creen que cualquier líquido ayuda a apagar un
incendio, sin pararse a pensar si es agua o gasolina. Lo último que necesitamos
en este momento es solventar con hachazos lo que requiere de una sofisticada
microcirugía. Con Putin y Trump al mando, con tanta testosterona y tan poca
materia gris, podemos esperarnos lo peor. Seguiremos oyendo hablar de Oriente
Medio, pero ni los refugiados, ni las víctimas del gobierno sirio, ni las niñas
palestinas encarceladas verán mejorar sus maltrechas vidas. A veces, uno preferiría
no estar al tanto de noticias como estas.
Publicado en el diario HOY el 18 de abril de 2018.
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