Las posibilidades
que nos dan las nuevas tecnologías para estar en contacto mediante mensajes
instantáneos son, a priori, un logro de la civilización. Cada grupo de
mensajería tiene sus virtudes y sus miserias porque los hay de todos los
colores: de familiares cercanos, de la familia ampliada, de grupos de amigos, de
compañeras de trabajo, de la asociación cultural, de la pandilla de la
adolescencia, de las madres del colegio del niño y hasta de los vecinos del
portal. Son muy útiles para transmitir información rápidamente a los
destinatarios deseados, pero son absolutamente nocivos si se quieren usar como
foro de debate o para conversaciones en las que hay que dilucidar algo importante.
Y es que el texto no
lo es todo. Aquellas palabras que nos van apareciendo en la pantalla de
nuestros móviles carecen de elementos fundamentales de la comunicación humana.
No sabemos si las frases nos las dicen con voz suave o a gritos e ignoramos si
los signos de interrogación, en el caso de que se pongan, encierran preguntas
sinceras, retóricas o sarcásticas. Tampoco podemos adivinar si hay ironía en
las afirmaciones y desconocemos si quien nos interpela tiene una mirada tierna
o asesina, porque el lenguaje corporal, que suele ser más sincero que el
verbal, está ausente. Una parte importante de los enfados o malentendidos que
se producen de unos años a esta parte proceden de interpretaciones erróneas de
un texto que hemos leído en la pequeña pantalla de nuestros móviles y del que
no tenemos contexto. Si no tenemos en cuenta lo que acompaña o rodea a las
palabras textuales podemos encontrarnos con que el mensaje recibido sea muy
diferente de lo que el emisor deseaba expresar.
Desde hace casi una
semana hemos asistido colectivamente un curso presencial e intensivo sobre las
palabras consentimiento, intimidación, estado de shock, abuso, agresión y
prevalimiento. A los que no sabemos de leyes nos cuesta entender el retorcido
lenguaje de los juristas para explicar cosas relativamente sencillas. Una de
ellas es que no es necesario verbalizarlo todo para enviar un mensaje, porque
muchas veces una mirada, un gesto o la simple presencia sirven para explicar,
atemorizar y quebrar voluntades. Ya sé
que entramos en el terreno de lo subjetivo y que quienes tienen que impartir
justicia necesitan documentos firmados y constancia de frases pronunciadas, que
no les valen los silencios porque el refranero dice que callar otorga y a
partir de ahí todo es posible.
No. Las personas
normales no necesitan que les digan que no pueden hacer determinadas cosas.
Basta con un poco de sentido común para entender los contextos que provocan que
el pánico inmovilice cualquier reacción de autodefensa. Habrá que afinar mucho
más en los textos de las leyes para que ningún magistrado pueda salir por
peteneras, pero a la gente sensata no nos hacen falta 639 artículos para
distinguir un abuso de una agresión: nos basta conocer los hechos probados y el
contexto en el que se produjeron.
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