26 diciembre, 2018

Volver

  
Además de a aquel mítico tango de Carlos Gardel o a la última película magistral de Almodóvar, el verbo volver nos recuerda un anuncio publicitario de turrón que emociona a todo el mundo en estas fechas. Quienes saben lo que significa estar lejos de la tierra donde nacieron o en la que viven sus seres queridos, reconocerán que es fácil derramar una lágrima al ver el abrazo emocionado de los que dejaron su pueblo y los que se quedaron.



En los últimos meses se ha empezado a hablar mucho de demografía, de envejecimiento poblacional, de desiertos humanos que se van formando en la península y que no sabemos cómo atajar. Y no es que ahora se hable demasiado sino que en el pasado no se le dio la suficiente importancia.



La emigración de ahora es muy diferente de la del siglo pasado: ahora es más fácil mantener los vínculos que cuando nuestros abuelos hicieron la maleta rumbo al norte y no hay semana que las jóvenes que cuidan enfermos en Bristol, sirven cervezas en Dublín o investigan en Berlín tengan una videoconferencia con sus familias de aquí. Pero, dejando a un lado la cercanía que nos facilitan las nuevas tecnologías, cuando uno se va lejos no puede evitar sentir añoranza por lo que ha dejado y una cierta ilusión por todo lo que se aprende cuando se sale de cualquier cascarón, ya sea físico o metafórico.



Tenemos una tendencia a explicar y clasificar todo en dos o tres apartados y la vida es mucho más compleja. La emigración extremeña de hace 50 años tenía menos formación académica que la de hoy aunque también había excepciones. Tampoco los que se van ahora están todos cortados por el mismo patrón, porque los hay que salen en busca de grandes oportunidades y los que lo hacen porque no les queda más remedio. Ver mundo, vivir en otros países y conocer distintas culturas enriquece, sin duda, pero siempre es mucho mejor hacerlo en las mejores condiciones y por propia voluntad que forzadamente y en precario.
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Habrá quien no quiera regresar y habrá quien lo esté deseando, pero para volver aquí hay que tener algo de lo que vivir. Y ese es el problema que afecta a quienes trabajan de enfermeras en Göteborg y a quienes sirven hamburguesas en Londres, porque no hay mucho que ofrecerles para que retornen. La despoblación no se podrá parar si no hay trabajo y condiciones de bienestar similares a las que disfrutan allí. No es tarea fácil y tampoco se puede improvisar a base de proyectos de ciencia-ficción, insostenibles, casi irrealizables y que podrían dejar heridas a medio y largo plazo. El drama no está solo en que cada mes se nos vayan doscientos jóvenes por el mundo sino en que muchos solo volverán para escenas como las del anuncio de turrón. Ese es el gran desafío: conseguir que marcharse lejos sea un premio para ampliar horizontes y no una condena al destierro.

Publicado en el diario HOY el 26 de diciembre de 2018. 

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