Dentro de once días volveremos a votar y con una urna más que el
pasado 28 de abril. Ignoro si alguien ha hecho cuentas para averiguar qué
elecciones son las más importantes y en las que más nos jugamos. Para ser
sincero, reconozco que no sé el porcentaje exacto de competencias, normas y
presupuestos que nos vienen de Europa, de la administración central, de la
regional o de la local, pero lo que sí creo es que no le damos la suficiente
importancia a las elecciones del 26 de mayo, que no son segunda vuelta de nada
sino la primera y única vuelta en la que nos jugamos cómo queremos vivir.
De Europa nos llega más de lo que creemos y no hablo de olas de
frío polar en invierno, aunque ahora
quizá nos venga ese frente helado en otro formato, con un azul oscuro casi tan
negro como el de las camisas que añora el ministro italiano Salvini. Las Comunidades
Autónomas gestionan pilares fundamentales como la educación o la sanidad, pero
lo que más afecta en el día a día es lo que se lleva a cabo en cada uno de los
Ayuntamientos, los más de 8000 repartidos por todo el país y los 388 que hay en
Extremadura.
Ya sabemos que son los Ayuntamientos, las instituciones con las
arcas más depauperadas, las administraciones más cercanas a la ciudadanía para
lo malo y para lo bueno, ya sea cuando nos ponen una multa por aparcar en doble
fila, o bien cuando se encargan de enviar ayuda a domicilio a las personas que
lo necesitan. Nos acordamos de alcaldes y concejales cuando tropezamos en las
aceras, cuando los columpios del parque están llenos de herrumbre, cuando no
tenemos piscina en el barrio, cuando no hacen nada contra la contaminación
acústica, cuando sufrimos la falta de transparencia o cuando se muestran
insensibles ante la tala de árboles, el pésimo estado de la perrera municipal o
el abandono de las zonas menos glamurosas de la ciudad.
Para vivir a gusto en cualquier localidad no hace falta que nos
prometan la luna, teleféricos, cien autovías, fuentes con mil chorros de
colores o estadios que casi nunca se llenan. Basta con que se ocupen de que
haya empleo y no haya tanta pobreza y marginación, que se preocupen de que las
calles estén limpias y en condiciones, que haya más bicicletas y viandantes que
vehículos privados, que cuiden del patrimonio que nos dejaron nuestros
antepasados y que tomen medidas para que volver a casa tarde no sea una
película de terror, ni para las mujeres, ni para nadie.
De lo que digamos en esas tres urnas que encontraremos en los
colegios el día 26 de mayo dependerá el futuro de nuestros pueblos, de nuestra
tierra y de un continente europeo tan obsesionado por la desmembración
británica, que no repara en que hay un virus de intolerancia, racismo y
xenofobia incubándose en su interior y que es mucho más peligroso. No se
despisten.
Publicado en HOY el 15 de mayo de 2019.
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