10 mayo, 2019

La navidad que tuvimos dos jamones

Tengo perdido en algún disco duro un cuento a medio hacer que se titulaba La Navidad que tuvimos dos jamones. Probablemente no lo termine, si es que llego a encontrarlo. Surgió en el paso de 2011 a 2012, cuando la crisis apretaba y los recortes no habían alcanzado su momento más trágico.

Hoy, en Castelo Branco, se celebraba el día de Europa en la Eurorregión EUROACE. Una actividad con la que he estado liado desde hace un año y que hoy ha acabado con éxito. Este año hemos trabajado con alumnado de bachillerato artístico y una de las propuestas era traer una prenda que ya no usáramos y que pasaría a formar parte de una obra artística.

Anoche, cuando iba buscando alguna camiseta de esas que están tan usadas que no te pones ni para bajar la basura, me encontré la que me regalaron unos de mis últimos alumnos y alumnas de portugués.  Acabamos como despedida en un restaurante de la Plaza de Portugal de Badajoz y abrí un regalo que me tenían preparado. Durante el curso había seguido mis pautas de siempre: el primer día les decía que era un profesor muy serio y que me tenían que tratar como "senhor professor". Era una manera de habituarles a que no les saliera el tuteo en portugués y que recordaran que las distancias y los usos no son idénticos de un país a otro. Pero al final acababa rompiendo la tensión con un "é brincadeira". También les había contado varias veces, en broma, la pena que me producía que se hubieran perdido costrumbres como la de regalar un jamón al profesor, como se hacía en los pueblos antiguamente. 

El regalo era una camiseta que he usado muy a menudo estos años y que desde hace dos o tres era "de andar por casa", había perdido color y las letras blancas se iban despegando. Cuando lo abrí les di las gracias, les dije que no hacía falta (y era verdad) y que no se tenían que haber molestado. En ese instante sentí como una pezuña se clavaba en mi espalda, me giré, y me encontré con una paletilla ibérica. Pensé que era una broma y que se la habían pedido al dueño del restaurante para hacerme la gracia. Cenamos y, al acabar, me pedían a gritos que me llevara el regalo cárnico, pero seguía incrédulo y estaba convencido de que era una inocentada bien orquestada. El dueño del restaurante me perjuró que no era suya y acabé llevándomela a casa.

Esa camiseta está ahora en un mural que adorna la (todavía no inaugurada) Fábrica da Criatividade de Castelo Branco. Me parece que el mejor final para ese regalo es formar parte de una creación artística transfronteriza en Portugal. Desde anoche quiero recordar a todo el alumnado de ese curso, pero mezclo nombres y cursos. No sé si estaban Alejandro y Juani, o si era al que iban Agustín, Marisa y Mª José. O aquel al que iba Hugo, Carolina, Toni y Salor.

Me acabaré acordando.  O eso espero. Hoy he sentido saudades de aquellas aulas y de aquellas personas. La navidad de los dos jamones pasó volando y hoy me queda el recuerdo de unos días felices en un aula, intentando transmitir pasión por un país, una lengua, una cultura.  No sé si alguna vez lo conseguí. De lo que no tengo duda es de la suerte que supone trabajar en algo que te apasiona. Gracias.

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