Pasar un día entero en un colegio electoral es una experiencia que
recomiendo a todo el mundo una vez en la vida. Más no, porque cansa
infinitamente y tampoco pretendo engañar. Pero se aprende como en ningún
lado: vas viendo desfilar a la sociedad del barrio con sus esplendores y
sus miserias, te das cuenta de lo poco que sabemos de nuestras normas
democráticas, de lo antiguo y tedioso del sistema, y de esa tortura
impropia del siglo XXI que es realizar el escrutinio del Senado.
El
día te da para conocer a mucha gente: un presidente de mesa de
Valladolid y cargado de sentido común, un entrañable portugués que te
cuenta mil historias interesantes, conversaciones entretenidas para
salvar la hora de la siesta, momentos de humor y camaradería al caer la
tarde, e incluso alguna ligera tensión cuando pasan por allí los nuevos
aires marciales.
Luego, de regreso
a casa, hay tiempo para contemplar los paisajes que dejan los datos,
los semicírculos de colores, los vaticinios de posibles alianzas y esa
incertidumbre que se crea en el ambiente cuando no sabes si tu voto lo
van a utilizar para firmar un pacto indeseable. Imagino que es lo que
pueden pensar muchos votantes de Cs que abandonaron el PP para desalojar
a Sánchez y ahora pueden acabar juntos en el mismo carro. Por no hablar
de los propios votantes socialistas, que a grito vivo pedían en Ferraz
dar calabazas a Rivera y cuyo líder fue incapaz de regalarles los oídos y
tranquilizarles claramente en ese sentido.
Los paisajes
poselectorales no cambian tanto como parece: los dos grandes
contenedores de izquierda y derecha no se mueven demasiado pero sí las
cajas que hay dentro de ellos, especialmente en la derecha, que ha
pasado de tener un solo espacio en 2011 a tener que repartir entre tres
el pasado domingo. Ahora habrá que esperar hasta la celebración de
municipales, europeas y autonómicas del 26 de mayo para empezar a hablar
de la composición de gobierno, porque la partida de póker en la que se
ha convertido la política parece no tener fin.
Será complicado que
Cs, que aspira a liderar toda la derecha, acabe invistiendo a un
Sánchez al que Rivera acosó sin piedad en el debate del 23 de abril.
También será difícil que Sánchez acepte el programa y los votos de quien
gobierna en Andalucía con el apoyo implícito de la extrema derecha. A
veces echo de menos una casilla de segunda opción en la papeleta, algo
que ya se usa en Alemania aunque con otra finalidad. Una cruz para poder
indicar con quién quiero que pacte mi primera opción en caso de
necesidad, de manera que cada partido pudiera saber qué tipo de pacto
prefiere su electorado. Sé que esto complicaría el escrutinio si, como
ocurre en España, se siguen usando toneladas de papel en lugar de medios
electrónicos, pero permitiría aclarar a los políticos qué desean sus
votantes (que no siempre es lo mismo que lo que quieren sus militantes).
Publicado en HOY el 1 de mayo de 2019
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