Imagino que todas las personas han pasado
por situaciones en las que un gobierno, un parlamento o incluso un ayuntamiento
han decretado una norma que les perjudicaba. En los últimos tiempos hemos
tenido ejemplos para todos los gustos y recordamos rebajas de sueldos para
trabajadores públicos, congelación de todos los salarios de convenio, aumento
de tasas, endurecimiento de multas y sanciones, pérdida de derechos adquiridos
y un largo etcétera.
Si eres una gran compañía, de esas que
tienen un bufete de abogados a su servicio y que se refuerza cada temporada con fichajes de ex vicepresidentas y ex ministros, pues todo es más fácil: pueden
comenzar a pleitear para que se proteja su seguridad jurídica y a buen seguro
que en el Supremo encontrarán un juez o una magistrada dispuesta a defender los
intereses de las clases más pudientes, porque quien cree que el 1 de octubre de
1936 ya no era Jefe de Estado Manuel Azaña sino el militar golpista es por un
sesgo ideológico que debería ser causa de inhabilitación. Y conste que creo que
los jueces pueden y deben tener opiniones personales de todos los colores, pero
no transcribirlas en sus autos judiciales.
¿Y qué ocurre cuando una norma a quien
favorece es a los escalafones más débiles del entramado social? Pues pueden
ocurrir varias cosas. La primera es la puesta en marcha del artículo cero de
todas las constituciones que en este país (y otros muchos también) hemos
tenido: hecha la ley, hecha la trampa. No ha pasado ni un mes desde que se
hiciera obligatorio el registro de la jornada laboral y ya me han llegado al
oído las triquiñuelas urdidas para que todo siga igual, para que se continúen
haciendo horas extraordinarias que no se pagan, que no cotizan a la seguridad
social y que, por arte de birlibirloque, pueden acabar penalizando al
trabajador que quiera que se cumpla una norma que le beneficia.
Pero quizá lo más preocupante que hemos
vivido en los últimos tiempos es lo que está ocurriendo con la subida del
salario mínimo a la exorbitada cifra de 900 euros al mes, una cantidad que en
casi toda España no permite ahorrar prácticamente nada una vez descontados los
gastos previstos y fijos de vivienda, agua, gas, electricidad, comunicaciones,
alimentación, transporte, medicinas y facturas médicas (en caso de quieran
hacértela). Y rece para que no le surja un imprevisto.
Mientras vemos que hay quienes se niegan a actualizar los convenios para cumplir con el nuevo SMI, uno se pregunta si
los boletines oficiales no deberían tener un apartado de leyes para pobres,
cuyo cumplimiento es más relajadito. Ya sabemos que los jueces se pueden reunir un domingo de agosto, si hace falta, para que se cumplan a rajatabla algunas
normas y, en cambio, aquellas que benefician a los más débiles hay que estar
peleándolas minuto a minuto sin que haya toga de oficio que salga en su
defensa. ¿Y si los cimientos de la democracia estuvieran fallando por ahí?
Publicado en el diario HOY el 12 de junio de 2019
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