La
lista de cosas negativas es muy dura: miles de personas que han fallecido, otras
tantas que han estado a punto, los familiares que no han podido despedirse de
sus seres queridos y un desbarajuste económico que en Occidente no vivíamos
desde las guerras mundiales y la gripe de 1918. Imagino que la Historia contará
estos días y analizará los errores cometidos por los gobernantes, por los que
no conjugaron verbos como prever, prevenir o anticiparse, por los incívicos que
no entienden lo que nos estamos jugando, por los descerebrados que niegan las
evidencias científicas o por los que se dedican a apedrear desde los últimos
asientos del autobús al conductor del vehículo en el que viajamos todos.
Dicen
que la primera víctima de todas las guerras suele ser la verdad y a más de uno
nos ha molestado tanta comparación entre la lucha contra la pandemia con un
conflicto bélico. Si en la guerra europea de hace 100 años los bulos y la
propaganda tardaban días en llegar, las mentiras en torno al covid-19 se propagan
con la misma celeridad que el virus. Las mentiras nos hacen daño como sociedad,
sin duda, pero la manera de evitar sus efectos no es a base de mordazas sino de
formación y sentido crítico de la ciudadanía para destaparlas, y de información
veraz y sin sesgos para rebatirlas. Por eso creo que los medios de comunicación
serios deberían estar preocupados tanto por las veleidades censoras de algunos,
como por las pésimas praxis de algunos medios que desinforman con premeditación
y distribuyen falsedades impunemente.
Pero
dejen que me quede con lo mejor, que me admire con las redes de voluntariado
que se van creando en algunas ciudades, en el huerto urbano de Suerte de Saavedra que reparte verduras entre la gente que más lo necesita, en quienes
ensanchan su capacidad de empatía, en quienes cuidan a nuestros mayores y
quienes arriesgan su salud para que no nos falte a los demás. Me sobran los lutos oficiales, banderas a media asta y crespones negros que no alivian las
penas.
Sí
echo en falta que alguien vuelva a contar, en horario de máxima audiencia,
aquella fábula de Esopo de un chico que se estaba ahogando y que pidió ayuda a
un transeúnte. Mientras éste le recriminaba la temeridad e imprudencia de
meterse en el río, el chaval le dijo aquello de sálvame ahora y luego ríñeme
todo lo que quieras. Pero me temo que
algunos no se darían por aludidos.
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