No había buscado la palabra espacio en el diccionario hasta ayer
por la tarde, cuando decidí incluirla en el título de este artículo. Hasta catorce
acepciones diferentes he encontrado y otras ocho combinaciones que nos llevan
al espacio aéreo, al exterior, al vital o hasta a los espacios imaginarios,
esos que son irreales y de fantasía.
Antes de que nos pasara todo esto, ya andábamos hablando del
espacio, de las enormes dificultades que tenía la gente para quedarse a vivir
en los pueblos de la España vaciada y del poder de absorción de las grandes
ciudades para acabar tragándoselo todo, como si se tratara de los agujeros
negros que hay a miles de años luz.
Llevaban décadas empujándonos para que nos fuéramos todos a vivir
a megalópolis cada vez más extensas cuando descubrimos que, salvo algunos focos
excepcionales, la enfermedad pandémica se ha cebado en las áreas de altísima
densidad de población (Madrid, Cataluña, Lombardía, Bélgica, Nueva York) mientras que las
islas remotas y valles recónditos se encuentran libres de todo peligro.
Ayer se preguntaba Antonio Tinoco en esta misma página si estábamos
aprendiendo las lecciones de esta crisis y confieso que tengo algunas dudas. Me
preocupa que las prisas por salir del túnel, ahora que ya se atisba la luz de
la salida, acabe en una avalancha o un derrumbe. Los expertos en catástrofes
suelen indicar que mantener la calma e ir despacio y ordenadamente es mil veces
más seguro que intentar escapar a toda prisa.
Hoy se tendría que aprobar una prórroga del estado de alarma y el
resultado de la votación puede ser un enigma hasta el último instante. El juego
político es un barrizal en un momento en el que se deberían estar usando los
mejores modales y todas las capacidades de consenso. En cualquier caso, el
mayor desatino al que nos podemos enfrentar es al de intentar quitar los mandos
al piloto de un avión en pleno aterrizaje de emergencia. Hay estrategias que debilitan
al adversario político pero que se deben usar en su justa medida, porque pueden
tener el efecto de un boomerang o acabar en un disparo en el propio pie.
La memoria es muy frágil y la memoria colectiva es una pieza de
finísimo cristal. Por mucho que nos recalquen que la normalidad no será la de
antes sino una diferente, en la que habrá que guardar las distancias y dejar
muchos espacios vacíos, es muy posible que nos olvidemos y nos dejemos llevar
por nuestras antiguas costumbres: no es complicado aprender algo novedoso sino
desaprender lo que ya tenemos automatizado.
Desde que nos dejan pasear unas horas, he visto diferencia que
existe entre los comportamientos de las primeras horas del día y los del final
de la tarde, de los espacios holgados que se respetan al amanecer y del agobio
que producen ciertas concentraciones humanas después de las ocho de la tarde. En
los próximos años tendremos que repensar todos los espacios: los naturales, los
urbanos, los rurales, los políticos, los sociales, los culturales, los
educativos, los geriátricos, los sanitarios, los laborales, los comerciales y
hasta los personales. Mientas tanto, usemos toda la calma y la sensatez que nos
quede.
Publicado en el diario HOY el 6 de mayo de 2020
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