No me suena haberte visto en televisión en aquellos días del ébola, cuando una auxiliar de enfermería se contagió y sufrió un acoso mediático sin precedentes hasta entonces.
Tampoco recuerdo tu imagen de los días previos al estado de alarma, quizá porque me había acostumbrado tanto a
informarme en papel y por radio que a veces no pongo cara a los personajes de
actualidad.
La segunda o tercera vez que te vi me llamó la atención que
vistieras de manera sencilla e informal, aunque imagino que algunos la
tildarían de inapropiada, y enseguida me di cuenta de tu procedencia por el
acento y alguna palabra de la tierra que se te escapó.
Cuando llegó el confinamiento más severo tomé la costumbre de
verte en la comparecencia diaria. Contigo nos enteramos de la importancia de achatar
la curva y de que íbamos a pasar días muy complicados, también supimos que fuiste
víctima de la enfermedad, te recuperaste y reapareciste en la escena como si
tal cosa.
Lo que no consiguió el virus casi lo logra una almendra. La
naturalidad con la que lo contaste ese día, y avisando al día siguiente que ya
no habías ingerido ningún fruto seco, me llevó a fijarme más en tu manera de
comunicar las cosas que en el contenido. Las cifras ya estaban bajando, todo
hacía indicar que íbamos por buen camino y fue entonces cuando abriste los
brazos, tras una pregunta que te pedía una explicación del descenso de muertos,
y exclamaste aquello de que llevábamos ¡cinco semanas aislados!
Ahora que ya vamos saliendo a la calle, ahora que es posible que
volvamos a la normalidad (aunque sea nueva) me he enterado de que hay gente a
la que no le hace ninguna gracia ni tu estilo sencillo, ni tus explicaciones
sin palabros para que las entendamos los legos en la materia. También sé que te
llaman Don Simón y no es por forma de tratamiento ceremoniosa sino para
compararte con un vino barato.
Reconozco que voy guardando algunos de tus vídeos por si algún día
vuelvo a dar clases de lengua. No es porque tengas una sintaxis brillante o una
voz de locutor, sino porque actúas con una naturalidad y una lógica que estaba
deseando aplaudir. Llevaba décadas esperando que alguien me dijera desde un
estrado público que no sabía la respuesta o que al día siguiente lo estudiaría
y podría contestar. Siempre pensé que la
credibilidad docente se afianza más con un no sé, que con una perorata de
Cantinflas y una salida por la tangente.
Pero me ganaste para siempre cuando un periodista te planteó que "mucha
gente joven y sana se pregunta si no es mejor pasar la enfermedad e inmunizarse
que estar esperando a que baje la curva”. Tu respuesta es para manual de ética:
"El problema para una persona joven no es tanto pasar la enfermedad sino a
quién puede transmitir. De todas formas, eso de que los problemas de los demás
no son nuestros problemas no me parece la forma más solidaria ni más prudente
de enfrentar esto". Me quito el sombrero, estimado Fernando, no puedo
añadir nada más.
Publicado en el diario HOY el 20 de mayo de 2020.
Publicado en el diario HOY el 20 de mayo de 2020.
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