20 mayo, 2020

Estimado Fernando


No me suena haberte visto en televisión en aquellos días del ébola, cuando una auxiliar de enfermería se contagió y sufrió un acoso mediático sin precedentes hasta entonces.  Tampoco recuerdo tu imagen de los días previos al estado de alarma,  quizá porque me había acostumbrado tanto a informarme en papel y por radio que a veces no pongo cara a los personajes de actualidad.

La segunda o tercera vez que te vi me llamó la atención que vistieras de manera sencilla e informal, aunque imagino que algunos la tildarían de inapropiada, y enseguida me di cuenta de tu procedencia por el acento y alguna palabra de la tierra que se te escapó.

Cuando llegó el confinamiento más severo tomé la costumbre de verte en la comparecencia diaria. Contigo nos enteramos de la importancia de achatar la curva y de que íbamos a pasar días muy complicados, también supimos que fuiste víctima de la enfermedad, te recuperaste y reapareciste en la escena como si tal cosa.

Lo que no consiguió el virus casi lo logra una almendra. La naturalidad con la que lo contaste ese día, y avisando al día siguiente que ya no habías ingerido ningún fruto seco, me llevó a fijarme más en tu manera de comunicar las cosas que en el contenido. Las cifras ya estaban bajando, todo hacía indicar que íbamos por buen camino y fue entonces cuando abriste los brazos, tras una pregunta que te pedía una explicación del descenso de muertos, y exclamaste aquello de que llevábamos ¡cinco semanas aislados!

Ahora que ya vamos saliendo a la calle, ahora que es posible que volvamos a la normalidad (aunque sea nueva) me he enterado de que hay gente a la que no le hace ninguna gracia ni tu estilo sencillo, ni tus explicaciones sin palabros para que las entendamos los legos en la materia. También sé que te llaman Don Simón y no es por forma de tratamiento ceremoniosa sino para compararte con un vino barato.

Reconozco que voy guardando algunos de tus vídeos por si algún día vuelvo a dar clases de lengua. No es porque tengas una sintaxis brillante o una voz de locutor, sino porque actúas con una naturalidad y una lógica que estaba deseando aplaudir. Llevaba décadas esperando que alguien me dijera desde un estrado público que no sabía la respuesta o que al día siguiente lo estudiaría y podría contestar.  Siempre pensé que la credibilidad docente se afianza más con un no sé, que con una perorata de Cantinflas y una salida por la tangente.

Pero me ganaste para siempre cuando un periodista te planteó que "mucha gente joven y sana se pregunta si no es mejor pasar la enfermedad e inmunizarse que estar esperando a que baje la curva”. Tu respuesta es para manual de ética: "El problema para una persona joven no es tanto pasar la enfermedad sino a quién puede transmitir. De todas formas, eso de que los problemas de los demás no son nuestros problemas no me parece la forma más solidaria ni más prudente de enfrentar esto". Me quito el sombrero, estimado Fernando, no puedo añadir nada más.

Publicado en el diario HOY el 20 de mayo de 2020.

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