23 septiembre, 2020

Esencial y presencial

Volveremos a estar presentes. No sé cuánto tardaremos y si deberemos hacer caso de ese dicho africano que sugiere ir muy despacio a todo el que quiera llegar muy lejos. ¿Hemos ido demasiado deprisa? ¿Hemos salido en estampida a finales de junio creyéndonos a salvo de todo? Pues tampoco tengo esa respuesta y la única certeza es que en muchos lugares tenemos que ir dando pasos atrás para evitar unos males mayores que ya no nos pueden pillar por sorpresa.

 

Pero volveremos a estar presentes y a hacer acto de presencia, porque en eso consiste la humanidad: en estar cerca, en mirarse a los ojos sin pantallas protectoras y sin esa nebulosa que vierten las cámaras en cada videoconferencia. Y mientras que no sea posible, quizá tengamos que aprender a lidiar con esos sucedáneos de realidad palpable en el que convertimos casi todo anteponiendo el prefijo tele-.

 

Ayer aprobaba el gobierno una normativa para regular el trabajo desde casa, un invento que en el norte de Europa y en algunas actividades concretas ya estaba instalado desde hace tiempo y que aquí hemos tenido que poner en marcha deprisa y corriendo, como quien convierte un baúl en un bote salvavidas cuando el agua ya va subiendo las escaleras. 

 

No cabe duda de que hay muchas tareas que creíamos que sólo se podían llevar a cabo de manera presencial y que ahora sabemos que se pueden desarrollar sin traslados ni viajes, porque lo esencial y lo imprescindible se podía resolver con todos los distanciamientos que requerían (y siguen requiriendo) las circunstancias especiales de este año 2020.

 

Es importante que el trabajo no invada la vida, algo que le pasa a muchas personas y a las que enseguida se les nota, bien porque son incapaces de desconectar de él o porque está presente en todas y cada una de sus conversaciones. Si, además, el trabajo se realiza en el mismo espacio acotado - y a veces escaso - en el que convives, comes, duermes y te entretienes, corres el peligro de que esa pequeña invasión se convierta en una especie de toma de posesión con todas las de la ley.

 

Hay cosas que tendremos que empezar a valorar más por su esencia que por su presencia: lo más importante no son las ocho horas que uno pase sentado en una silla, sino la eficiencia en llevar a buen puerto cada una de las tareas encomendadas. Pero que nadie aproveche esta ocasión para que acabemos más aislados que nunca. Una cosa es que tengamos que volver a distanciarnos para salvar vidas, y otra bien diferente es que instauremos para siempre un sistema de relaciones sociales como los hikikomori, esos jóvenes japoneses que pasan años sin pisar la calle desde sus vidas virtuales.

 

Sí, tendremos que volver a estar presentes, a sentirnos al lado de los demás, a poder captar toda esa comunicación no verbal que es inapreciable por muchos megas que tenga la fibra óptica recién instalada. Bienvenido sea un teletrabajo bien regulado, pero no caigamos en la trampa de olvidarnos de que la presencia de otros seres humanos y nuestro contacto con los demás forma parte de nuestra esencia.

 

Publicado en el diario HOY el 23 de septiembre de 2020 



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