Un viejo amigo y profesor de historia me dijo que cuando leía cualquier texto quería saber las condiciones y condicionantes de quien lo había escrito. La opinión de un varón blanco, de un país occidental, sin problemas económicos y con todas sus necesidades cubiertas, puede ser bien diferente de la de una mujer africana, migrante, con cargas familiares y sin trabajo ni ingresos de ningún tipo. A pesar de que las circunstancias explican muchas cosas en esta vida, mi tendencia ha sido la de pararme a juzgar solo los contenidos expresados y no el perfil biográfico del sujeto, aunque solo sea por dar la razón a Juan de Mairena con su teoría de la verdad, Agamenón y su porquero.
Así que puede ocurrir que alguien se declare ateo, poco amigo de la beatería y el agua bendita, y sienta como suyas muchas de las palabras de Jorge Mario Bergoglio en su última encíclica. No hace falta creer en lo divino ni en el más allá para temer a los nacionalismos ciegos que todo lo solucionan a base de banderas, para propugnar que las fronteras no excluyan a nadie, para entender que los migrantes no están siendo tratados humanamente, para que no se califique de justa ninguna guerra o para hacer una llamada a la fraternidad universal.
Me temo que las palabras del papa Francisco en su último escrito a quienes sí pueden descolocar es, precisamente, a los que llevan ya tiempo queriendo parecer más papistas que el papa, a los que se han quedado con el discurso ultraconservador de Wojtyła o Ratzinger y se suman hoy a planteamientos sectarios – ¡y tan poco cristianos! – como los de Orbán, Salvini, Le Pen, Trump o Steve Bannon.
Quizá lo más novedoso de Fratelli tutti, que es como ha titulado Francisco su tercera encíclica, no sean algunos de los postulados mencionados que ya se vislumbraban en sus discursos e intervenciones, sino la claridad y el ímpetu con que defiende opiniones que, a buen seguro, levantarán sarpullidos en las misas de 12 de los barrios más acomodados. Su denuncia de la globalización económica, del neocolonialismo, de los partidos políticos racistas y xenófobos, de la extensión de las desigualdades o de la necesidad de reformar las Naciones Unidas, hacen de este texto uno de los de mayor contenido político que se recuerda en Roma.
Pero es que, además, en la encíclica se atreve a poner en tela de juicio posiciones que muchos políticos de misa diaria tomaban por axiomas: el mercado no lo resuelve todo y el consumismo no nos hace más humanos. Si su segunda encíclica puso encima de la mesa la ecología y la urgencia de un desarrollo sostenible, esta es una clara apuesta para que el mundo se guíe por preceptos como la igualdad, la fraternidad, la justicia y la defensa de los más desprotegidos.
Habrá que leer en profundidad el texto de esta encíclica y esperar que la próxima lleve por título Sorelle tutte, para que la institución que dirige no deje olvidada, una vez más, a la mitad de la población. Mientras tanto, bienvenidas sean estas palabras porque siempre nos debe importar más el mensaje que el mensajero.
Publicado en el diario HOY el 7 de octubre de 2020
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