Anteayer escuché en la radio la descripción de un tuit que dibujaba con tres imágenes lo que muchas veces pasa en este país: un letrero prohibiendo alimentar a los patos, un señor dándoles bolsas de pan y ese mismo señor quejándose de lo gordos que están los animalitos.
Poco después, el boletín horario informaba de tres nuevas muertes por la pandemia en Extremadura y una de ellas era una mujer de 48 años y sin patologías previas que la hicieran especialmente vulnerable. También vi en el telediario un reportaje grabado en una UCI y he de reconocer que me estremeció. Uno de los profesionales sanitarios lamentaba pasar horas allí intentando salvar vidas, poniendo en peligro su vida y la de su familia, y encontrar terrazas abarrotadas y botellones a la salida de su turno. Todo el mundo debería ver ese reportaje porque nos aleja de los habituales gráficos de frías cifras y nos acerca a un drama humano que vemos siempre lejos hasta que un día le toca a alguien conocido.
Ayer por la tarde anunciaban cinco muertes más en la región, 223 casos nuevos y aislamientos perimetrales en diversas localidades. Ya han llegado las lluvias de otoño y estamos muy lejos de estabilizar la situación pandémica. Si bien es cierto que la mayoría cumple las normas, también hay que reconocer que un importante número de personas las burlan y sobrepasan sin rubor. La sensatez colectiva debería llevarnos a ser más estrictos, a no llegar a los límites que nos permiten las normas sino a ser capaces de autoimponernos, de manera voluntaria, unos usos y costumbres que ayuden a que la segunda ola de la pandemia no acabe con tantos muertos como la primera.
No quisiera estar en la piel de quien tiene que tomar decisiones en un año como este. Me recuerda a aquellos juegos de dilemas inventados en los que te ponían una tesitura y tenías que decir a quién salvarías y por qué. Espero que esto no acabe en un “sálvese quien pueda” sino un “salvémonos todos”. Y para ello habrá que parar y dar pequeños pasos hacia atrás antes de caer de nuevo en un precipicio.
Sí. Hemos querido dar zancadas largas hacia la normalidad y es el momento de establecer prioridades, de proteger a las personas más vulnerables, de reducir los traslados y movimientos a los estrictamente necesarios, de continuar con el teletrabajo allí donde pueda realizarse con un 100% de efectividad, de compaginar presencialidad y videoconferencias en las enseñanzas donde sea posible, y de aparcar durante un tiempo nuestros fervientes deseos de socialización tumultuosa y bulliciosa del sur de Europa.
Me gustaría que las tres imágenes del tuit que comentaba al principio de este artículo desaparecieran: que no fuera necesario prohibir con carteles o decretos lo que es de sentido común y que nadie incumpliera las normas que nos hemos dado entre todos para poder convivir. Pero la más preocupante de todas es la tercera imagen, la del que vocifera y se queja de las consecuencias de sus propios actos, sin caer en la cuenta de que es su ignorancia y su falta de conciencia ciudadana la causante de sus posteriores lamentos.
Publicado en HOY el 21 de octubre de 2020
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